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La sombra de Hezbollah

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CLAUDIO FANTINI
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Cualquier hipótesis sobre la causa de la explosión muestra la intemperie desoladora en la que está el pueblo libanés. Si la que más rápido se instaló como definitiva fue la hipótesis del accidente, la razón es la necesidad de no sumar pánico a la agobiada sociedad.

Un accidente no tiene por qué repetirse, pero un atentado de semejante envergadura aterroriza a la nación con el peligro de regresar al infierno de violencia sectaria al que ingresó en 1975 y del que nunca pudo salir del todo: la guerra civil.

No obstante, que haya sido un accidente confirma lo que sostuvo el canciller Nasif Hitti al presentar su renuncia el día anterior a la explosión: el Líbano es un “Estado fallido”.

Si como señala la versión del accidente en el depósito que estalló se almacenaban 275 mil toneladas de nitrato de amonio incautados seis años antes, el hecho prueba la negligencia absoluta de un Estado que no removió semejante cantidad de compuestos de tan alta explosividad de un puerto situado en el corazón de Beirut.

La versión del accidente, con su consiguiente confirmación del Estado fallido, igual que las hipótesis sobre posibles atentados, pone en el centro del debate a Hezbollah.

Ese robusto aparato político-militar explica buena parte de la realidad libanesa. De haber sido un atentado, Hezbollah aparece como posible autor y también como posible blanco. Si en el pasado usó nitrato de amonio para producir bombas de amonal, como la que voló el edificio de la AMIA en Buenos Aires, de haber sabido lo que se almacenaba en el depósito N°12 del puerto pudo hacerlo estallar como mensaje al Tribunal Especial que hoy debía emitir su fallo sobre el atentado que mató al magnate sunita, líder anti-sirio y primer ministro Rafik Hariri en el 2005. Si los jueces de La Haya declaran culpable a los cuatro imputados del magnicidio, de hecho estará declarando culpable a Hezbollah, porque se trata de terroristas vinculados a la organización liderada por Hasán Nasrallah.

Si fue un mensaje al tribunal, tuvo éxito, porque esos jueces internacionales pospusieron la emisión del fallo debido, precisamente, a la descomunal explosión.

Pero como el llamado Partido de Dios tiene muchos enemigos internos y externos, es posible que alguno de ellos descubriera que la organización acumulaba en el puerto químicos para fabricar explosivos y perpetrara el atentado.

En todas las comunidades religiosas libanesas hay sectores que culpan a Hezbollah de la postración del país en el sectarismo, la violencia y el colapso económico. También tiene enemigos externos, como Israel, con cuyo ejército sostiene periódicos enfrentamientos en la frontera sur, y como las milicias sunitas que luchan contra Al Assad y los chiitas libaneses que acudieron en defensa del régimen sirio. Arabia Saudita es otro poderoso enemigo de la organización militarizada que apoya los hutíes en el conflicto yemení.

La gravitante existencia de Hezbollah está relacionada al desastre político-económico del Líbano y también a la explosión que devastó Beirut, haya sido un atentado o haya sido un accidente.

El Acuerdo de Taif de 1989, que puso fin a la guerra civil iniciada catorce años antes, impuso el desarme de todas las milicias. Lo cumplieron desmovilizando sus fuerzas la Falange cristiana, brazo militar de la comunidad maronita; las milicias sunitas y el eficaz ejército druso que dominaba el Valle de la Bekaa bajo la jefatura de Walit Jumblatt y el Partido Socialista Progresista. También desmovilizó su milicia el movimiento chiita Amal, liderado por Nabih Berri. Pero el partido-milicia más radical del chiismo nunca se desarmó. Por el contrario, a través de la Fuerza Quds y su jefe, el general Qasem Soleimani (al que desintegró un misil norteamericano en Bagdad) la República Islámica de Irán convirtió a Hezbollah en un aparato militar preparado para enfrentar a Israel y para actuar en otros conflictos, como los de Siria y Yemen, además de esparcir por el mundo células capaces de cometer atentados terroristas de gran escala.

Con ese poderío, Hezbollah se convirtió en un Estado paralelo o superpuesto al Estado libanés. Y un país con dos estados es un país sin Estado. Por un lado, Hezbollah es parte de la coalición con forma de leviatán que gobierna, con el general cristiano Michel Aoun como presidente y el musulmán sunita Hassán Diab como primer ministro. Por otro lado, es un poder superpuesto al poder institucional carcomiendo su autoridad y diluyendo la gobernabilidad.

Ese gobierno oxímoron está imposibilitado de implementar las reformas que revivan una economía hemipléjica. El esquema de reparto de poder que dejó Francia al concluir su mandato y estalló en 1975, ha vuelto a imperar y en iguales o peores condiciones de sectarismo y radicalidad.
Deambulando a la sombra de Hezbollah, el Líbano encontró la crisis económica que empobreció a la sociedad y la inconcebible explosión que devastó a Beirut.

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