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La sombra del fraude

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CLAUDIO FANTINI
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Su opción es no aferrarse al poder para entrar a la historia por la puerta grande, o aferrarse al poder oscureciendo su lugar en la historia.

Los logros económicos y sociales de sus gobiernos le aseguran un lugar destacado en la historia de Bolivia, pero sus intentos de perpetuidad opacan ese capítulo desde el 2016. Y ahora podrían convertirlo en una página negra.

Evo Morales es el presidente de los grandes records. Los consiguió en materia de crecimiento económico, de mejoras en los indicadores sociales y de estabilidad política. Su discurso ideologizado y sus alineamientos regionales chocaban contra el pragmatismo eficaz de su lúcido ministro de Economía, Luis Arce. Pero fueron sus resultados económicos los que le permitieron acercarse a la estatura histórica de los primeros gobiernos de Víctor Paz Estenssoro a mediados del siglo pasado.

Si hubiese aceptado los límites que la Constitución que su propio gobierno impulsó, Evo Morales no habría oscurecido su exitoso paso por el gobierno. Pero eso comenzó a ocurrir hace dos años, cuando decidió forzar el límite constitucional de mandatos presidenciales, convocando a un referéndum para obtener una nueva candidatura a la reelección.

El sólo hecho de refrendar lo establecido por sus propios constituyentes, resultaba una mala señal. Peor aún fue lo que vino a renglón seguido: el referéndum rechazó su nueva reelección y el presidente rechazar su resultado buscando un artilugio judicial para eludirlo.

Al límite que le imponía la carta magna, se sumó la ratificación de ese límite por el voto popular, pero Evo Morales derribó ambas limitaciones a su perpetuación en el poder mediante un dictamen del Tribunal Constitucional que incurrió de lleno en la dimensión del absurdo, al establecer que la reelección indefinida de una persona en la presidencia es un derecho humano.

Haber cometido aquellos estropicios justifica y agiganta la sospecha de que, ahora, Evo Morales podría cometer un fraude para conservar la presidencia.

La misteriosa interrupción del escrutinio rápido cuando, al 83% de los votos contados la diferencia entre Morales y Carlos mesa era inferior a la necesaria para evitar segunda vuelta, evocó aquella noche del 1990 en Nicaragua, cuando el escrutinio se interrumpió abruptamente porque el sandinismo empezaba a ver que Daniel Ortega perdía la elección contra Violeta Chamorro. Muchos caudillos del FSLN querían cometer fraude, pero aquel Daniel Ortega finalmente decidió aceptar una derrota que hoy, seguramente, no reconocería.

Al caer la noche del domingo en Bolivia, el escrutinio avanzaba hacia un ballotage en el que, al reorientarse el 9% obtenido por el ultraconservador Chu Hyung Chung y el 4% del derechista santacruceño Óscar Ortiz, darían el triunfo a Carlos Mesa.

La reanudación del escrutinio casi 24 horas después, con un resultado que revertía drásticamente la tendencia dando el triunfo en primera vuelta a Evo Morales, justifica la sospecha de que, a diferencia de la cúpula sandinista en 1990, la máxima dirigencia del oficialismo en Bolivia decidía desconocer el resultado, acomodando las cifras a su propia conveniencia.

A esa sospecha no sólo la justifica la inexplicada suspensión del escrutinio en el anochecer del domingo, sino también el antecedente que Evo tiene, primero desconociendo límites constitucionales y luego desconociendo el voto mayoritario que le dijo “no” en el referéndum.

Sólo un resultado final estableciendo el balotaje o un recuento transparente de los votos, pueden ahuyentar el fantasma de fraude que sobrevuela Bolivia.

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