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El silencio no es salud

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CLAUDIO FANTINI
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La libertad de prensa es un rasgo exclusivo de la democracia y George Orwell escribió que su matriz, la libertad de expresión, es “poder decir lo que la gente no quiere escuchar”.

Por cierto, la gente nunca quiere escuchar sobre el arribo de un flagelo a su comarca. Pero necesita saberlo. Y sólo puede, si hay libertad de prensa y expresión. O sea, democracia.

El coronavirus implica un test para democracias y autoritarismos. Las democracias están mostrando una ventaja y algunas desventajas. La ventaja es que las sociedades se enteran de inmediato del arribo de la epidemia, porque la libertad de prensa y de expresión obliga a los gobiernos a no ocultarlo.

Después depende de la eficacia de los gobiernos para actuar, pero en democracia, las sociedades se enteran a tiempo.

La contracara es el autoritarismo, cuya reacción espontánea es ocultar lo que la gente no quiere escuchar. China mostró ese reflejo instintivo que heredó del totalitarismo maoísta, silenciando durante largas semanas a los médicos que descubrieron el coronavirus en Wuhan.

La lucha contra el virus en China perdió un tiempo valiosísimo, pero luego mostró un músculo que sólo tienen los autoritarismos, al lanzar cacerías de posibles infectados y enclaustrar en cuarentenas a cientos de millones de personas. Tanto las cacerías como las calles vacías de las ciudades enclaustradas produjeron escenas propias de las distopías.

Las democracias, que se enteran de inmediato de los males, tiene inmensas limitaciones para cazar presuntos infectados y para aislar ciudades en distópicas cuarentenas. Italia comenzó a intentarlo demasiado tarde.

Pero no todos los autoritarismos tienen el músculo chino. Irán sólo comparte con China el ocultamiento de la irrupción del virus. El escenario del poder mostraba muchos casos que contrastaban con la aparente ausencia de infectados en la población. La vicepresidenta para Asuntos de Mujer y Familia, Masume Ebtekar contrajo el coronavirus. Por la misma infección murió Mohamad Mirmohamadi, asesor del ayatola Jamenei. Poco antes había muerto la madre de Mirmohamadi, que era hermana del poderoso ayatola Shabiri Zanjani.

A esa altura, ya se hablaba de al menos 30 casos en el Majlis (Parlamento) y después aparecieron en Occidente denuncias de médicos iraníes sobre presiones para que no hicieran públicos los datos que manejaban sobre el alcance de la epidemia. Algunos dijeron haber sido obligados a mentir certificados de defunción. Coincidían en señalar que el régimen alegaba razones de “seguridad nacional” para el ocultamiento.

En el 2008, Irán contuvo un brote de cólera, haciendo alarde de aquel éxito. Pero ahora muestra un fracaso agravado por la censura.

El coronavirus ingresó por el fluido intercambio con China, país con el que no tiene fronteras porque a sus respectivos territorios los separan Pakistán y Afganistán.

Negar el ocultamiento es difícil para el régimen desde que intentó mentir sobre la tragedia de un Boeing 737 ucraniano, derribado por la defensa antiaérea iraní.

Hay otros autoritarismos que estarían ocultando el alcance del coronavirus en sus países. Si Corea del Sur ha reportado más de seis mil casos ¿es posible que al norte del Paralelo 38 no haya ninguno?

Los surcoreanos no tienen frontera terrestre con China, mientras que Corea del Norte tiene una extensa frontera con Manchuria. Sin embargo, Pyongyang asegura que sus medidas preventivas han tenido un éxito absoluto. ¿Es creíble? Con cientos de miles de norcoreanos trabajando en China y regresando mensualmente a sus hogares ¿es posible que no ingresara la peste?

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