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El progresismo nórdico elige OTAN

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CLAUDIO FANTINI
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Es comprensible que los conservadurismos recalcitrantes y las derechas más radicales se identifiquen con Vladimir Putin y justifiquen la invasión a Ucrania.

Alcanza con asomarse a la Constitución que impuso para comprobar que el jefe del Kremlin es un ultraconservador cuyo modelo político está en el zarismo, del que toma la concentración del poder en manos de una persona situada por encima de las instituciones, y el expansionismo territorial justificado en un nacionalismo religioso que otorga a la iglesia ortodoxa un rol protagónico en la sociedad.

Ahora bien, que tenga lógica la identificación con Putin de las derechas xenófobas y los conservadurismos recalcitrantes, no implica que sea ilógica la identificación de algunas izquierdas con el presidente de Rusia. Esa identificación es lógica y reveladora, porque confirma la inutilidad de dividir la política en izquierda y derecha.

Las acciones y alianzas de Putin en el mundo confirman que la principal dicotomía de este tiempo es entre cultura liberal y cultura autoritaria. Ambas contienen izquierdas y derechas.

En la cultura liberal están las centroizquierdas y las centroderechas, mientras que en la vereda opuesta están las izquierdas y derechas que no priorizan la democracia pluralista y el Estado de Derecho que garantizan la tolerancia y las libertades y garantías públicas e individuales. Esas izquierdas adjudican a la OTAN una responsabilidad mayor o igual a la del líder ruso en la trágica invasión de Ucrania, y describen a la alianza atlántica como si fuera el Tercer Reich o un conglomerado de regímenes dictatoriales.

Estados Unidos tiene un largo historial de acciones criminales contra otros países. Fueron acciones criminales desde el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala hasta la invasión de Irak con la mentira de las armas químicas, pasando por Vietnam y Grenada. Pero eso no implica que la OTAN haya atacado a Rusia. Sencillamente, eso nunca ocurrió. Y si bien es entendible y no constituye un crimen que Putin procure usar la dependencia europea de los hidrocarburos rusos para lograr que Europa reemplace su alianza militar con Estados Unidos por una alianza militar con Rusia, constituye un crimen en masa que lance el ejército sobre un país vecino con un argumento en el que la OTAN juega el mismo rol que las armas de destrucción masiva con que George W. Bush justificaba la invasión de Irak.

Las izquierdas que defienden ese crimen, aunque se autodefinan como progresistas, no lo son. Las sociedades más progresistas del mundo forman parte de la OTAN, y ese rasgo de la alianza atlántica se va a reforzar con el ingreso de Finlandia y Suecia.

A la decisión de ingresar al tratado atlántico la impulsaron las dos mujeres socialdemócratas que gobiernan ambos países escandinavos. Se sumarán al bloque que incluye otras sociedades que merecen ser consideradas las más avanzadas en materia de derechos y garantías, y también de niveles de equidad social, como Islandia y Holanda.

El resto de los países son las democracias económica, social y políticamente más desarrolladas del mundo. Otra democracia progresista de las más admirables, Nueva Zelanda, no está en la OTAN por su ubicación geográfica, pero es aliada de las potencias occidentales.

En la alianza atlántica la única democracia de baja intensidad, gobernada por un nacionalista despótico, conservador y ultra-religioso, es Turquía. Recep Erdogán es el líder más parecido a Putin dentro de tratado defensivo del que viene amagando salir desde que llegó a la presidencia. Por una vía similar intenta transitar el presidente de Hungría Víctor Orban, quien ha declarado públicamente su admiración al líder ruso y su identificación con lo que representa.

Hay otros gobiernos en manos de conservadurismos involutivos, como el de Polonia. Pero las democracias más avanzadas, ergo, las más progresistas del mundo, están en la alianza atlántica. Y a esa presencia la va a reforzar el ingreso de Finlandia y Suecia.

¿La razón de ese paso? El temor al belicismo expansionista del líder al que admiran las izquierdas y derechas autoritarias del mundo: Vladimir Putin.

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