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Pragmatismo humanista

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Claudio Fantini
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El mundo intuye que al terminar la pesadilla muchas cosas habrán cambiado. En lo individual, lo familiar, lo comunitario, lo nacional y lo internacional, la pandemia habrá modificado costumbres, prioridades y convicciones.

No puede ser de otro modo. También es inevitable que las mutaciones que el fenómeno dejará en la política y la economía de los países y del mundo, sea vaticinado desde distintas posiciones culturales e ideológicas, así como también desde intereses sectoriales y de clase.

La única certeza es que la política, la economía y la sociedad deberán tener modificaciones importantes porque el COVID-19 no es un accidente, sino la primera de una era de pandemias. Su impacto deja a la vista que ni los gobiernos ni las entidades supranacionales ni los aparatos productivos ni los sistemas sanitarios ni la actividad científica estaban preparados para enfrentar el flagelo que, posiblemente, fue engendrado por el calentamiento global y llegó para quedarse, poniendo a la especie humana bajo ataque en olas sucesivas.

La realidad que exhibió el coronavirus necesita transformaciones. Las prioridades deben cambiar en la investigación científica y en los ordenamientos económicos. Lo adelantó Bill Gates cinco años antes de la pesadilla. “Si algo ha de matar a diez millones de personas en las próximas décadas… será un virus... No misiles sino microbios”.

A la hora de vislumbrar los cambios impuestos por la pandemia y de empezar a diseñar sus primeros trazos, aparecen dos extremos. En uno de ellos, describen y promueven el fin del capitalismo. En el extremo contrapuesto, pretenden que todo quede como estaba hasta el momento en que irrumpió el coronavirus. Ambas posiciones extremas están viendo la realidad actual y el futuro a través de lentes ideológicas y de intereses sectoriales y de clase.

Entre quienes rescatan conceptos como “comunismo” para describir lo que vendrá o lo que debería venir, hay desde mentes lúcidas y bien intencionadas como la del filósofo esloveno Slavoj Zizek, hasta demagogos con sobredosis de ideologismo.

Sencillamente, quitarle a la sociedad el vigoroso motor de la empresa privada sería una estupidez contraproducente. La historia ha demostrado que la economía, sin capitalismo y sin mercado, no anda. Pero también ha demostrado que el mercado, sin Estado ni prioridades sociales, burbujea desbarrancando en recesiones y no alcanza para proteger a todos cuando la sociedad queda bajo ataque, como está ocurriendo y como ocurrirá sucesivamente a partir de ahora.

Entre quienes defienden que la economía no se desacelere por el efecto de las cuarentenas, muchos lo hacen con las mejores intenciones. Pero también hay liderazgos que toman esta posición para defender el statu quo.
Los mismos que niegan el calentamiento global para defender el statu quo de la matriz energética basada en los combustibles fósiles, en el escenario de la pandemia negaron la gravedad del ataque viral con el objetivo de defender el statu quo económico y las prioridades militares y científicas vigentes. Temen que detener la economía permita reformularla con mayor facilidad, mientras que mantenerla en pleno funcionamiento puede preservar intactas su estructura y sus prioridades actuales.

La realidad debe cambiar, como lo hizo el capitalismo occidental en el siglo XX para sobrevivir a la crisis de la década del 30 y para ganar la Guerra Fría. El pensamiento de John Meynard Keynes y el Estado de Bienestar no fueron la muerte del capitalismo occidental sino todo lo contrario: su salvación. Entre ambos construyeron el sistema de libertad con justicia social y poderío económico que venció al totalitarismo colectivista de planificación centralizada.

Aquella transformación exitosa no fue Estado sin mercado ni mercado sin Estado. Fue mercado y Estado.

Las fórmulas no serán idénticas pero habrá un espíritu keynesiano en el rediseño de la aldea global que deberá sobrevivir a las pandemias y al calentamiento global. No serán los ideologismos de izquierda y de derecha los que diseñen lo que deberá parecerse a un “Estado de Bienestar Sanitario”. Será una visión pragmática. Pero deberá ser un pragmatismo humanista.

En la nueva aldea global, los científicos y los médicos fijarán las prioridades y asesorarán a los gobiernos como los filósofos en el sistema que propuso Platón: la “sofocracia”, el gobierno de los que poseen conocimiento. Y así como en la antigua polis griega llamaban “idiota” a los que vivían de espaldas a los problemas comunitarios y sin comprometerse con la sociedad, la polis global señalará como “idiotas” a los indolentes desinformados que violen reglas sanitarias poniendo en riesgo la salud pública. Ya lo está haciendo.

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