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Peleando en el Titanic

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CLAUDIO FANTINI
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Argentina observa perpleja y aterrada como los principales protagonistas del proceso electoral se pelean entre las llamas mientras lanzan afirmaciones descabelladas.

Mauricio Macri explica en un foro agropecuario que el Impuesto a las Ganancias es razonable, igualitarista y solidario, como si en la campaña electoral que lo hizo presidente no hubiera prometido poner fin a esa carga en la clase media, donde devora poder adquisitivo, desangra pymes y corta el paso a emprendedores.

La explicación del presidente muestra hasta que punto no entendió las razones de su abrumadora derrota en las primarias que detonaron la economía. Pero en lugar de aprovechar la ventaja otorgada por los razonamientos erráticos de Macri, Alberto Fernández mostró el lado oscuro de su sociedad política con CFK: empezó a tirar fósforos sobre el combustible financiero para acrecentar las llamas, buscando calcinar el mandato en curso antes de concluir su período.

La semana pasada había colaborado con responsabilidad a la calma financiera, pero en estos días se mostró como un boxeador que lanza fulminantes golpes bajos a un rival que tambalea entre las cuerdas.
¿Por qué? Probablemente, por presión de su principal socio electoral: el kirchnerismo.

Hasta aquí, Cristina Kirchner había aceptado aparecer poco, hablar menos y mantener en silencio a legión de dirigentes y adherentes que siempre muestran sectarismo y odio político. Pero en los últimos días su naturaleza política parece haber salido del placar, haciendo que el candidato presidencial empiece a mostrar en Buenos Aires la presión que se visibilizó en Caracas cuando Diosdado Cabello le advirtió que no se crea el dueño de los votos.

Sólo eso explicaría que haya endosado al Uruguay la valija con dólares de Antonini Wilson, primera señal de un vínculo oculto entre kirchnerismo y chavismo.

También explicaría su afirmación, a contramano de sí mismo, sobre el régimen venezolano.

Según el candidato del Frente de Todos, lo que impera en Venezuela no es una dictadura sino un “gobierno autoritario”. Para Alberto Fernández, la definición de dictadura no tiene que ver con los actos, sino con el origen. Si llegó al poder por las urnas, por más que cometa los miles de asesinatos, torturas, persecuciones y desapariciones que denunció Michel Bachelet desde la ONU, no es dictadura sino “gobierno autoritario”.

También señaló como prueba, que en Venezuela “las instituciones funcionan”.

Resulta obvio que en Venezuela las instituciones están, pero eso no implica que funcionen. El Congreso está, pero para que haya república tiene que actuar como Poder Legislativo, y eso no ocurre desde que Maduro bloquea su capacidad de legislar.

Los jueces supremos están, pero para que funcionen como Poder Judicial deben tener independencia del Poder Ejecutivo, algo que tampoco ocurre.
No hay que ser constitucionalista para saberlo. Y Fernández lo sabe. Decir lo contrario, como hizo en estos días, no solo podría evidenciar la continuidad de oscuros nexos con Caracas y los condicionamientos que puede imponerle Cristina. También puede ser leído como un anuncio de lo que podría pasar en su gobierno.

Al fin de cuentas, si es el origen, y no los actos, lo que define si un gobierno es dictadura o no, que Fernández esté por imponerse en las urnas, y sin recurrir al fraude como hizo Maduro para obtener su segundo mandato, le daría un certificado para censurar y acosar a críticos y opositores sin quedar bajo el rótulo de dictador.

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