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Pedro Castillo y la hora de la verdad

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CLAUDIO FANTINI
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Cuando Ollanta Humala ganó la elección presidencial, los mercados tuvieron una crisis de pánico.

El nuevo presidente era el líder del Partido Nacionalista cuyas banderas se parecían a los postulados del etno-caserismo, la ideología ultranacionalista de izquierda indigenista creada por su padre, Isaac Humala.

Recién cuando anunció que Julio Valverde sería presidente del Banco Central y Luis Castilla el ministro de Economía, los mercados se calmaron. Humala había dado un giro brusco hacia el centro-liberal en materia económica, que replicó también en el terreno político.

El trayecto económico que el régimen de Alberto Fujimori aseguró a través de la Constitución de 1993 y que el gobierno del liberal Alejandro Toledo había profundizado, teniendo continuidad en las gestiones de Alan García y Pedro P. Kuczynski, sobrevivió a una prueba de fuego al ser reconfirmado por el militar que elogiaba a Hugo Chávez antes de llegar a la presidencia.

Pero Ollanta Humala no fue la última prueba de fuego. El modelo libremercadista afronta ahora el primer gobierno de un partido que se declara marxista-leninista y levanta banderas mariateguistas, o sea basadas en los postulados de Mariátegui, el intelectual que hizo la primer traducción de El Capital en Latinoamérica, fundó el Partido Comunista y escribió los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.

El líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, es un dirigente marxista que gobernó el departamento de Junín y, debido a una condena por corrupción, cedió la candidatura presidencial a un hombre con imagen de outsider honesto y vida humilde: el maestro rural Pedro Castillo.

En la campaña por la primera vuelta, Castillo alineó su discurso con el del partido que lo postulaba, a pesar de haber militado durante doce años en el Perú Posible, partido centrista y liberal de Alejandro Toledo. No obstante, cuando pasó al ballotage con Keiko Fujimori, el discurso giró al centro. “No somos comunistas, no habrá expropiaciones ni control de cambio….” repetía como disco rayado. Pero los mercados recién empezaron a calmarse cuando lo escucharon decir que Julio Valverde seguiría al frente del Banco Central y que Pedro Francke presidiría el Ministerio de Economía.

Esos nombres permiten imaginar que el gobierno de Castillo será de corte socialdemócrata, con el eje puesto en la creación de puestos de trabajo, la agricultura, la educación y la salud pública, sin derivas populistas ni experimentos ideológicos como el que estrelló la primera presidencia de Alán García.

Probablemente, además de entender lo que implicaría para Perú una fuga masiva de capitales y la parálisis de la inversión privada, Castillo comprendió la fragilidad de su poder tras dos vueltas electorales que permiten suponer que, de haber pasado al ballotage un candidato centrista en lugar de la controversial Keiko Fujimori, él no habría ganado la presidencia. También es probable que entendiera lo que implica que el oficialismo haya quedado lejos de tener mayoría en el Parlamento.

Pedro Francke, el economista proveniente de la centroizquierda liderada por Verónica Mendoza, conoce y entiende el escenario institucional y, además de considerarlas negativas, sabe que implementar políticas como las propuestas por el partido Perú Libre requeriría patear el tablero institucional y proclamar una autocracia abrazada al eje Caracas-La Habana, afrontando el riesgo de caos y violencia civil que eso implica.
Francke es partidario de un modelo en el que el Estado tiene un rol más activo y el gobierno debe producir equilibrio social, pero no apoya modelos como el cubano o el que hundió la economía de Venezuela.

Su presencia, reforzada por la continuidad de Valverde al frente de la política monetaria, debería descartar riesgos de derivas populistas.
Eso ocurrió con el anuncio del primer gabinete de Humala. Sin embargo, hay una diferencia que mantiene en pie la preocupación de quienes defienden el centro liberal tanto en lo político como en lo económico. Aún siendo hijo del ideólogo Isaac Humala y hermano del agitador Antauro Humala, a quien acompañó en el levantamiento militar de Locumba, el ex teniente coronel que ganó las elecciones del 2011 era fundador y líder del partido que lo postuló a la presidencia. No le debía la presidencia a ningún mentor ni patrocinador. Nadie estaba por encima de su liderazgo, lo que le permitía decidir rumbos y garantizarlos.

No es el caso de Pedro Castillo, que le debe la candidatura al marxista Vladimir Cerrón y, en buena medida, el triunfo en el ballotage al socialdemócrata Pedro Francke. El rumbo depende de que esas dos figuras contrapuestas logren un acuerdo, o que uno se imponga sobre el otro.
En qué política acordarían o cuál de ellos se impondría sobre el otro, son preguntas inquietantes que rondan sobre Perú como fantasmas.

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