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El pecado estructural

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Claudio Fantini
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Hablaron, recordaron, lloraron, creyeron en el perdón que les pidió el Papa y le agradecieron haberlos recibido en Santa Marta.

Pero los tres chilenos que en la adolescencia fueron abusados, como otros miles de niños en Chile, por sacerdotes que recibían protección de la jerarquía eclesiástica, le advirtieron a Francisco que debe pasar de la palabra a la acción y de manera urgente, porque se trata de una verdadera "epidemia" dentro de la Iglesia.

Las víctimas de monseñor Fernando Karadima señalaron un punto clave, aunque no usaron el término correcto. No se trata de casos aislados, sino de una problema general. Pero "epidemia" no es la mejor metáfora, porque las epidemias no son permanentes sino episodios temporales, mientras que la perversión sexual con menores seguramente lleva siglos.

En el campo de las metáforas médicas, sería más adecuado hablar de un "mal congénito" en un cuerpo con establecimientos educativos en manos de personas con autoridad percibida como superior, casi sagrada, sobre los fieles. Además, esas personas con tanto poder, en particular sobre los niños y los adolescentes a los que educan, no llevan una vida sexual normal porque la tienen prohibida.

En síntesis, la pedofilia no es un problema accidental sino estructural en la Iglesia católica. Lo que ocurre en este tiempo histórico es una desinhibición de la prensa y la sociedad para investigar un problema que no tiene por qué haber surgido en estas décadas, ya que los rasgos que la producen tienen muchos siglos de existencia. Lo nuevo es que el muro de silencio se haya roto.

Las primeras difusiones de casos, ocurridas en Estados Unidos, fueron un goteo condenado a convertirse en diluvio torrencial.

El esquema de protección contra-judicial que siempre existió en la Iglesia, era en sí mismo una atracción para pedófilos, ya que, de ser denunciados por alguna de sus víctimas, no eran entregados a la policía como cualquier ciudadano que delinque, sino que eran cambiados de diócesis. A lo sumo, recibían una amonestación interna.

Eso empezó a cambiar cuando Ratzinger se convirtió en pontífice. Bergoglio continuó el camino de menor tolerancia con los delitos sexuales de los sacerdotes contra menores. Ellos comenzaron a desmantelar los mecanismos de encubrimiento que existen desde siempre. Pero esa mayor firmeza aún no enfoca la cuestión de fondo: se trata de un problema estructural. Por lo tanto, la forma de afrontarlo de verdad no es actuando sólo sobre las consecuencias, sino atacando las causas. Y las causan están en la estructura de la Iglesia.

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