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La OTAN en coma

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CLAUDIO FANTINI
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La OTAN cumplió 70 años atravesando su momento de mayor debilidad y exhibiendo al mundo esas fragilidades. Y aunque exagerado y quizá inoportuno, el diagnóstico que más se acerca a la realidad lo dio Emmanuel Macron: tiene “muerte cerebral”.

Desde su creación en el origen mismo de la Guerra Fría, la Alianza Atlántica atravesó por momentos de extrema tensión interna. Uno de los más críticos ocurrió en 1956, cuando Estados Unidos presionó a Gran Bretaña, Francia e Israel para detener la “Guerra del Sinaí”, que habían iniciado contra el Egipto de Gamal Nasser por la nacionalización del Canal de Suez.

Aquel episodio motivó la renuncia del primer ministro británico Anthony Eden y decidió al general De Gaulle a dotar a Francia de un arsenal nuclear, además de acrecentar el recelo galo hacia los norteamericanos.

La diferencia con la crisis actual radica en que ésta no ocurre por un liderazgo extremo, como el que impuso Eisenhower a partir de aquel conflicto, sino por todo lo contrario: ausencia total de liderazgo norteamericano. O incluso algo más extraño y llamativo, como las acciones de Donald Trump que parecen destinadas a debilitar y paralizar a la OTAN.

Existen otras situaciones inéditas que explican la crisis. Erdogán ha convertido a Turquía en una suerte de quinta columna que ni siquiera simula lealtad. Reclama que se aplique el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte firmado en abril de 1949, que establece la acción de todos los miembros en defensa de un aliado si es atacado por una fuerza ajena a la alianza, describiéndose atacada por las milicias kurdas de Siria. Mientras tanto, le compra sistemas de defensa antimisiles S-400 a Rusia, contrariando una política del bloque. Llevando la crisis a niveles de histeria, en la cumbre de Londres, el presidente turco llamó “muerto cerebral” a su colega francés, quien meses atrás había sido considerado un “estúpido” por Trump.

Rompiendo el alineamiento de los gobiernos ataturkistas, Erdogán pone a Turquía en los bordes de otras alianzas estratégicas, maniobrando con inquietante ambigüedad. Pero el factor de mayor debilidad está en las políticas del jefe de la Casa Blanca, su apuesta al resquebrajamiento de la Unión Europea y la funcionalidad que tiene para Rusia.

Ese, entre otros puntos de fricción, había quedado también a la vista en la cumbre del G-7 del 2018 en Quebec, de la que el presidente Trump se fue dando un portazo y dejando por primera vez sin la firma de Estados Unidos el documento final, tras haber reclamado al foro que reintegre a Rusia, expulsada desde la ocupación y posterior anexión de Crimea en el 2014.

La prioridad de Trump es impedir a China alcanzar el liderazgo económico y tecnológico mundial, mientras que para los europeos la prioridad es contener el expansionismo ruso y ayudar a Ucrania a recuperar la estratégica península del Mar Negro y no perder territorios en la región del Donbáss.

Mientras tanto, la debilidad de la OTAN y los roces entre sus socios resulta funcional tanto a Beijing como a Moscú.

Una postal de esa funcionalidad llegó desde Corea del Norte, donde se inauguró Samjinyón, una ciudad a la que Kim Jong-un considera una “utopía socialista” al pie del sagrado monte Paektú.

Los miembros de la OTAN se peleaban en Londres mientras el desafiante régimen de Corea del Norte, protegido por Rusia y China, mostraba, esta vez sin ensayos nucleares ni lanzamiento de misiles, que sigue en pié a pesar de los erráticos esfuerzos de sus poderosos enemigos.

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