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Oscuro presagio

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CLAUDIO FANTINI
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La imagen de la torre aguja de Notre Dame ardiendo sobre el cielo de París, hasta derrumbarse cubriendo de cenizas las aguas del Sena, hizo inevitable recordar a las Torres Gemelas convertidas en antorchas hasta hundirse en el vientre de Manhattan.

Aunque las autoridades ni siquiera insinuaban la posibilidad de un atentado y a la intensidad del incendio lo explicaba la cantidad de madera concentrada en los techos para las tareas de reparación en marcha, la pregunta que en silencio recorrió el mundo era si la catedral parisina estaba ardiendo por accidente, o por una acción intencional.

Por un lado, resulta difícil concebir que en las reparaciones del mayor símbolo arquitectónico de Francia, junto a la torre Eiffel, no se tomen todas las precauciones para eliminar riesgos de que semejante acumulación de madera esté expuesta a la corriente eléctrica o algo potencialmente ígneo.

Tratándose de una joya histórica y arquitectónica en un país experto en preservar sus monumentos icónicos, es más improbable un accidente que un atentado. Ergo, tiene más lógica sospechar que hubo una mano encendiendo el fuego, que pensar en una negligencia o en un accidente como origen de las llamas.

Además, está la historia tentando las teorías conspirativas. Notre Dame es uno de los templos más representativos de la teocracia cristiana de la Baja Edad Media. La veneraban los Caballeros Templarios y ante su altar se encomendaban los cruzados que partían en busca del Santo Grial y a librar batallas contra los califas musulmanes por el control de los “Santos Lugares” del cristianismo.

Bajo sus arcos góticos fue beatificada Juana de Arco, emblema de la religión como fuego sagrado de los guerreros de Francia.

Por eso no sorprendería que, aunque se haya tratado de un accidente o de una negligencia, alguna organización del terrorismo ultra-islámico se adjudique el incendio como una acción de sus yihadistas. Tampoco sorprendería que haya sido de ese modo. Aunque, en tal caso, lo más probable es que lo reivindicaran de inmediato.

A la vez, por la cabeza de los ultra-religiosos más lunáticos del cristianismo es posible que la imagen de Notre Dame en llamas haya despertado temores apocalípticos por este tiempo de “relativismo, materialismo y secularización” del que tanto hablaba Karol Wojtila y del que siguen hablando sus sucesores, Ratzinger y Bergoglio. Los dos Papas vivos coinciden en describir una “sociedad sin Dios”, por lo tanto es posible que algunas mentes con sobredosis de visiones religiosas hayan entrado en trance apocalíptico. Otros de la misma vereda, podrían creer estar viendo en esas llamas la ira de Dios por los pecados de su iglesia, convulsionada por la multiplicación infinita de denuncias contra sacerdotes violadores de niños.

Que el fuego haya devorado, nada menos que en Semana Santa, al equivalente europeo del templo de Al Aqsa y la Gran Mezquita de La Meca, puede despertar en mentes afiebradas temor a castigos divinos por los pecados humanos.

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