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Oscuras señales

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Las primeras señales que emitió son muy oscuras. El poder que intenta afianzarse en Bolivia, ejecutó una designación carente de legitimidad. Y la flamante designada entró a la sede del gobierno levantando una Biblia y hablando de “ahuyentar a la Pachamama”.

La proclamación de Jeanine Áñez fue como un acto de exorcismo. La señal del fanatismo religioso que incluye el conservadurismo extremo expresado por Luis Fernando Camacho. Es el líder de los grupos extremistas que estarían vinculados a las turbas que, con “zona liberada” por la policía y el ejército, perpetraron brutales “ataques selectivos” contra familiares y viviendas de funcionarios del gobierno, con el fin de poner al presidente bajo presión violenta y obligarlo a renunciar. La parte principal del golpe.

La mujer que intenta imponer en la presidencia parece responder a sus designios. De hecho, esa Biblia grande y marrón que levantaba para conjurar la supuesta presencia de deidades indígenas en el Congreso y el Palacio del Quemado, es la misma con la que Camacho entró a La Paz.

La designación sería legítima si la hubiera aprobado una votación del Congreso. Si renuncian el presidente y el vice, la línea sucesoria sigue por el titular del Senado y luego por el titular de Diputados. Como la senadora Salvatierra y el diputado Borda, ambos del MAS, habían sido obligados a renunciar por la presión violenta de los “ataques selectivos”, una votación debía convertir a la vicepresidenta de la cámara alta en presidenta. Si eso no ocurre, la lógica sucesoria pasa por el titular de la Corte de Justicia, José Revilla.

No hubo quórum porque los legisladores del MAS no pudieron llegar al recinto. Y la razón, más que un intento de obstruir una salida institucional de la anarquía imperante, sería que las turbas de los grupos extremistas, sin ser controlados ni por la policía ni por los militares, hicieron imposible que se les pueda garantizar la seguridad que, por esas horas, no tenían ni ellos ni sus amenazados familiares.

La salida del país de Morales y García Linera puede ser tomada como abandono del poder, por lo tanto no era absolutamente necesaria la aprobación legislativa de sus renuncias para habilitar la sucesión. Pero la designación sin quórum que coronó a Áñez no tiene más amparo legal que un fallo sacado entre gallos y medianoche por el Tribunal Constitucional, ese ente siempre funcional al poder que en el el 2016 sepultó el referéndum que rechazaba una nueva postulación de Evo Morales mediante un fallo absurdo: ser candidato “es un derecho humano”.

Evo Morales fue el responsable del estropicio electoral que detonó el caos. En un primer momento, el protagonista visible de la oposición al fraude era el democrático Carlos Mesa.

La violencia empezó a crecer cuando las turbas de fanáticos de Camacho desataron picos de violencia que incluyeron linchamientos racistas, como el de la alcaldesa de Vinto, en Cochabamba, a la que golpearon, embardunaron de pintura, arrastraron por las calles y le cortaron las trenzas, que son una señal de identidad indígena.

A esa altura, los ultraconservadores corrían por derecha a Mesa, desenfocándolo y haciéndolo tomar posiciones más radicales y contrarias a los gestos que necesitaba la pacificación. Y cuando el fanatismo fundamentalista ya campeaba triunfal por la capital y proclamaba turbiamente a Jeanine Áñez, Carlos Mesa había sido corrido totalmente del escenario del poder. Ahí sólo aparecían Camacho, su elegida y la Biblia esgrimida a modo de restauración religiosa. Postal oscura e un momento inquietante.

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