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Las olas de Ucrania

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CLAUDIO FANTINI
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Ucrania es como un dios Jano. Una cara mira hacia Rusia y la otra hacia Europa. Ambas tironean el mapa hacia el este y el Oeste, resquebrajándolo.

El alma ucraniana está habitada por un espíritu ruso y otro europeo. La pulseada que mantienen desde la disolución de la Unión Soviética ha sido, hasta ahora, la puja principal. Pero en los últimos años se sumaron otras. Primero, con la irrupción de los outsiders que aglutinaron el voto decepcionado con los políticos. Y ahora con la irrupción del anti-sistema que aglutina el descontento con toda la clase dirigente.

Volodimir Zelensky llega a la presidencia montado en la última ola de desencanto.

Obviamente, la primera ola de desencanto fue con la Unión Soviética. Por eso a Leonid Kravchuk los ucranianos le perdonaron haber sido un burócrata de la nomenclatura. El primer presidente de la era pos-soviética fue quien acordó con el ruso Boris Yeltsin y el bielorruso Aleksandr Lukashenko la disolución del Estado creado por Lenin.

Tanto Kravchuk como su sucesor, Leonid Kushma, expresaban a la Ucrania pro-Rusa, fuertemente apoyada por las comunidades ruso-parlantes mayoritarias en el Este. Pero la ola de desencanto por los pocos resultados de esos gobiernos alentaron al espíritu pro-europeo, ergo anti-ruso, que es fuerte en el Oeste. Estalló así la Revolución Naranja y el pro-europeo Viktor Yushchenko, con el rostro deformado por el veneno que le inocularon agentes del Kremlin, se convirtió en el primer presidente anti-ruso.

Pronto llegó el desencanto, porque el presidente y otros líderes pro-europeos, como Yulia Timochenko, se saboteaban entre ellos.

Así fue como pudo volver al poder el espíritu pro-ruso, con Vicktor Yanukovich como presidente.

La persistente decadencia causó otra frustración. Estallaron las protestas del 2014, llamadas “Euro-Maidán”, derribando a Yanukovich y abriendo el camino a otro anti-ruso: Oleksandr Turchinov.

Fue entonces que el espíritu pro-ruso desgarró el mapa separando Crimea para ponerla del lado ruso de la frontera, mientras las comunidades ruso-parlantes se levantaban en armas en la región del Donbas para romper con Ucrania.

Por cierto, también decepcionó el gobierno de Turchinov. Ni los políticos pro-rusos ni los políticos anti-rusos sacaban al país adelante. Entonces el electorado buscó fuera de la política tradicional. Allí estaba el empresario de la industria chocolatera Petro Poroshenko. Pero también defraudó las expectativas.

Aunque Poroshenko no era un político tradicional, como empresario influyente era clase dirigente. Y la última ola de desencanto fue contra toda la clase dirigente. Por eso, el electorado buscó en la anti-dirigencia. Y allí estaba el joven actor que satirizaba a los políticos en un programa cómico, exponiendo vicios como la burocratización, la arbitrariedad y la corrupción.

La mayoría de los ucranianos se valió de Volodimir Zelensky para expulsar del gobierno a la clase dirigente. La elección, en medio de una guerra interna que puede desembocar en guerra abierta con Rusia, se parece a un salto al vacío. No obstante, entre las particularidades del presidente electo, además de la falta de experiencia, está su posibilidad de situarse por encima de los dos espíritus que dividen a Ucrania.

Además de ser el único judío que gobierna un país que no es Israel, Zelensky es el primer ruso-parlante, o sea de la etnia originaria de Rusia y partidaria de la alianza con Moscú, que llega al poder con un discurso pro-europeísta.

Estos rasgos generan la situación más novedosa. Si la inteligencia de Zelensky es tan grande como su osadía y temeridad, el novedoso presidente podría resolver la encrucijada que implica para Ucrania ser como la efigie del dios Jano.

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