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Ojos que no ven

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CLAUDIO FANTINI
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En Latinoamérica, los acontecimientos dividen a las dirigencias en parcialidades. O sea, en tribunas enfrentadas que asumen posiciones parciales como los hinchas de fútbol.

Desde esas tribunas se describe sólo parcialmente la realidad. Frente a lo que ocurre en Bolivia, una hinchada describe sólo la inmensa responsabilidad que Evo Morales tuvo en el caos que desembocó en su caída, sin admitir los elementos que justifican hablar de golpe de Estado; mientras la otra parcialidad sólo habla de golpe de Estado, soslayando la evidente responsabilidad del presidente en el estropicio electoral que desató el caos.

Una mirada total que supere las miradas parciales ve con claridad la peligrosa deriva del gobierno que comenzó hace dos años y desembocó en la desastrosa elección que desató la crisis, sin dejar de ver la actitud golpista que tuvieron la Policía y el Ejército así como la violencia extrema de las turbas que responden a grupos ultraconservadoras de Santa Cruz y al líder con mayor influencia en ellos: Luis Fernando Camacho.

En esta columna se ha descrito la deriva de Morales desde que hace dos años decidió saltar el límite constitucional de mandatos presidenciales, realizando un referéndum para habilitar su tercera postulación. Se describió también el carácter absurdo del fallo del Tribunal Constitucional con que el presidente burló el resultado de ese referéndum en el que la mayoría votó contra de la tercera candidatura. Finalmente, se describió el estropicio electoral cometido que sólo se explica por una maniobra fraudulenta para evitar un ballotage que podía ganar el opositor Carlos Mesa.

El fallido comicio detonó las protestas frente a las cuales Evo tuvo dos actitudes diferentes. La primera fue intentar imponer un resultado electoral inaceptable, pero la segunda fue pedir una investigación de OEA, comprometiéndose a acatar el veredicto convocando a una nueva elección si la inspección invalidaba el turbio escrutinio. Ya era tarde. La oposición más sectaria y violenta se había adueñado del escenario, desplazando a la oposición democrática y moderada.

Las turbas que habían mostrado su brutalidad linchando a una alcaldesa oficialista en Cochabamba, durante el fin de semana desplegaron un accionar que parece responder a un plan golpista: atacar a familiares de dirigentes oficialistas. Se incendiaron viviendas de familiares directos de ministros y legisladores. La casa de la hermana de Morales ardió como una antorcha, mientras se producían secuestros de hijos y hermanos de funcionarios.

Una cosa es que militares y policías se nieguen a reprimir protestas, y otra muy distinta es negarse a cumplir con el deber de proteger a las personas que estaban siendo atacadas por las turbas opositoras a Morales. En lugar de eso, dejaron territorio liberado a la violencia de las turbas mientras el jefe del ejército le “sugería” al presidente que renuncie.

Obviamente, un jefe militar no puede hacer semejante sugerencia a un mandatario sin que se la interprete como una acción golpista. Lo es. Por eso, con la decisión inicial de llamar a una nueva elección, disolviendo el Tribunal Electoral y dejando en manos del Congreso la designación de uno nuevo, fue Morales, no sus opositores, quien hizo gestos en favor de la pacificación. Aunque tardíos, esos gestos existieron. Y finalmente llegó la renuncia cuando las familias de los miembros del oficialismo estaban siendo atacadas.

Son hechos que están a la vista y evidencian accionar golpista, así como también la responsabilidad de Evo Morales en el caos que desembocó en su caída.

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