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La nube y la caída

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CLAUDIO FANTINI
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Normalmente, en Argentina nadie gana una elección, sino que alguien la pierde. Más allá de los aciertos que pueda haber tenido, el favorecido por el naufragio de un gobernante siempre es el que está parado en el lugar por donde pasa la ola que genera el hundimiento.

Y los hundimientos son recurrentes porque el poder es una cumbre desde la cual, en lugar de tener una nítida visión panorámica del paisaje político y social, el gobernante queda dentro de una nube que no lo deja ver más allá de lo que lo rodea.

La inteligencia del líder está en disipar la niebla o bajar a los puntos que le den la visión que falta en la cima. El presidente Mauricio Macri se quedó en la nube, caminó a tientas y encontró el abismo.

No podía ser de otra manera. En el llano que se extiende al pie del poder, desde hace tiempo es visible la licuación de su liderazgo. También que su entorno es la nube que le impide ver la realidad desoladora causada por una economía que no se reactiva porque el gobierno, que le quitó el “cepo” al dólar, le puso un cepo a la producción.

Sólo adentro de la nebulosa que flota en la estratósfera se vuelven imperceptibles las consecuencias sociales y políticas del cierre masivo de comercios y empresas de todos los tamaños. Allí estaba Macri, inyectándose sobredosis de estadísticas según las cuales el kirchnerismo tiene un techo insuperable del 40 por ciento que inexorablemente dará el triunfo a quien lo enfrente en un ballotage.

Varios techos ya habían sido perforados, pero en la nube seguían viendo barreras infranqueables que le aseguraban la victoria. No esperaban ganar por mérito propio, sino por desmérito del adversario. Por eso Macri se atornilló en una candidatura que evidentemente acrecentaba el riesgo de una derrota oficialista.

Si de verdad para Macri y su jefe de Gabinete, la prioridad hubiera sido que Argentina no regrese al populismo autoritario, habrían permitido que el oficialismo lleve otro candidato.

Desde hace meses era evidente que Macri debía dar un paso al costado. La lista de promesas incumplidas y de certezas fallidas diluyó hace tiempo su posibilidad de liderar. Además, un clamor que emergía desde las bases del oficialismo y del arco no-kirchnerista reclamaba el “Plan V”: la candidatura presidencial de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.

Pero no sólo se desatendió ese clamor, sino que se sometió a Vidal a una situación electoral asfixiante para obtener de ella el máximo de votos para la reelección del presidente.

Desde hace tiempo estaba claro que Macri no tenía liderazgo ni competitividad y que, para evitar un retorno del kirchnerismo, el oficialismo no sólo necesitaba un candidato competitivo sino, además, una coalición amplia que debía empezar a construirse con una profunda restructuración del gabinete.

Esa imperiosa necesidad era visible desde todos lados, menos desde la cumbre nublada del poder.

Macri se había creído que los argentinos lo eligieron a él en el 2015, pero en realidad lo que hicieron fue quitarse de encima a Cristina Kirchner.

Lo que ocurrió el domingo, más que una abrumadora victoria de Alberto Fernández, fue una catastrófica derrota del presidente.

Una derrota agigantada por el daño casi irreparable que le causó a la gobernadora bonaerense.

Macri es como el jefe de una escudería que funde su máquina más competitiva.

Ahora, el presidente tendrá que hacer todo lo que debió haber hecho antes, y aún más, si quiere revivir su chance de ganar en octubre.

Pero para empezar a construir esa posibilidad que el domingo se volvió remota, deberá aceptar que lo ocurrido no fue el éxito de la oposición, sino su fracaso. La magnitud de la victoria opositora es la medida de ese fracaso.

Si una vez más Macri opta por negar sus fracasos, a los argentinos que rechazan el sectarismo y el poder personalista y hegemónico, sólo les queda rezar para que Fernández no gobierne como títere de Cristina y cumpla su promesa de superar el odio político que lleva largos años oscureciendo la Argentina.

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