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Novak Djokovic y el nacionalismo serbio

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Claudio Fantini
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Aunque en dimensiones diferentes, hay un vínculo entre los disparos que Gavrilo Princip gatilló en Sarajevo, haciendo detonar la Primera Guerra Mundial, y la cruzada anti-vacuna de Novak Djokovic en Australia.

El asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914 está en la dimensión más violenta de lo que activó la gran figura del tenis mundial: el nacionalismo serbio.

Lo de Djokovic en Australia fue una cruzada anti-vacuna que activó en su país un nacionalismo con raíces milenarias, plagadas de héroes y páginas gloriosas pero también de capítulos brutales como los que escribió Milosevic en Croacia, Bosnia y Kosovo durante las guerras de desintegración de Yugoslavia.

Quizá el fallo que deportó a Djokovic fue una reacción de resistencia pro-vacuna. Sobre la justicia o no de ese fallo, como en tantos otros temas jurídicos, las bibliotecas se dividen. Lo que no se dividió fue la clase dirigente de Serbia, el país del tenista donde gobierno, oposición y medios de comunicación se embanderaron con el ídolo deportivo repudiando al Estado australiano.

Aleksandar Vucic, que fue dirigente del ultranacionalista Partido Radical Serbio antes de llegar al poder por el centroderechista Partido Progresista, repudió la decisión de la Justicia australiana y calificó de “farsa” al proceso que desembocó en la deportación. Junto a la primera ministra Ana Brnavic, el presidente de Serbia atacó al premier Scott Morrison y planteó lo ocurrido en Australia como una afrenta a la nación serbia.

También la oposición y la prensa defendieron al tenista. A esa altura quedaba claro que la cruzada anti-vacuna de Djokovic había activado el nacionalismo serbio en una de sus versiones exacerbadas.

Ni el gobierno ni la prensa de Serbia son anti-vacunas. Al contrario. El gobierno se esforzó para conseguir vacunas y realizar un plan de inoculación masiva, que incluyó el pago de 25 euros a quienes acudieran a vacunarse. También trabajó para convencer a la minoría anti-vacuna del país balcánico sobre lo nocivo y peligroso para todas las sociedades que es la prédica contra las vacunas.

En la minoría anti-vacuna estaba la popular cantante pop Jelena Karleusa, quien finalmente cambió de posición y llamó a los jóvenes a vacunarse para lograr la inmunidad de rebaño que el gobierno de Vucic considera indispensable para reducir lo máximo posible las muertes.

Quien no cambió de posición fue Djokovic. Al contrario, se convirtió en un cruzado global contra la vacuna. Perdió la batalla en Australia pero visibilizó su causa y, seguramente, acrecentó en el mundo el temor a las vacunas y el activismo anti-vacunas.

¿Por qué gobierno, oposición y medios de comunicación serbios se alinearon con esa cruzada? La respuesta está en Djokovic. La adoración que le profesan los serbios va más allá de lo deportivo: lo ven como un símbolo de identidad nacional. Por eso su batalla en Australia activó el nacionalismo serbio, cuya intensidad se explica en la larga historia de este pueblo que bajó desde la cuna eslava (lo que hoy es Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Polonia) hasta llegar en el siglo V a los Balcanes, donde se convirtió en vecino de los griegos. De ellos tomó la religión, el cristianismo ortodoxo, y lo trasladó por las venas eslavas hasta la cuna de esa raza.

Rusos, ucranianos y bielorrusos tomaron la religión que los serbios habían recibido de los griegos en el siglo IX, a través de los monjes Cirilo y Metodio.
Los rusos escriben en alfabeto cirílico porque Cirilo lo creó para transmitir el cristianismo ortodoxo a los serbios, ese pueblo que llegó en siglo XIV a poseer un reino medieval extenso y fuerte que, en el siglo XV, fue sometido por el Imperio Otomano.

El nacionalismo serbio, que conservó el cristianismo ortodoxo como identidad nacional bajo el poder otomano, fue uno de los primeros en independizarse.

Tras la Primera Guerra Mundial (que tuvo su big bang en los disparos del nacionalista serbio Gavrilo Princip) renació como Reino de los Serbios Croatas y Eslovenos, con un nacionalista serbio en el trono: Pedro I Karageorgevic.

Tras la Segunda Guerra Mundial volvió a renacer, ahora como estado comunista: la Yugoslavia del mariscal Tito, un líder croata que luchó con milicias serbias contra los ustachas pro-nazis de Croacia. Por eso Yugoslavia, que significa “eslavos del sur”, fue un Estado en el que los serbios volvieron a imperar sobre croatas, eslovenos, bosnios, macedonios y montenegrinos.

La desintegración yugoslava mostró la fase criminal del ultranacionalismo serbio. Slobodan Milósevic, último presidente yugoslavo y primero de la Serbia post-yugoslava, llevó la guerra a Eslovenia, a Croacia, a Bosnia y, finalmente, a Kosovo, sembrando los Balcanes de masacres.

Lejos de aquella exacerbación criminal que cometió limpiezas étnicas, además de genocidios como el de Srebrenica, el nacionalismo serbio vuelve a mostrar una fase exacerbada, ahora confundiéndose con una cruzada anti-vacuna.

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