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Negligencia y crueldad

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CLAUDIO FANTINI
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Cuando la tragedia se muestra a través de un niño, el mundo se conmociona y se acerca a la toma de conciencia.

La pequeña Phan Thi Kim Phúc corriendo con su cuerpo quemado por el napalm, multiplicó las protestas de los norteamericanos contra la guerra en Vietnam. El cuerpito de Aylan Kurdy lamido por las olas en una playa de Turquía, sacudió al mundo y generó conciencia sobre el drama de los refugiados sirios, abriendo puertas en Europa.

La imagen de la niña vietnamita en 1972 y la del niño kurdo en 2015 son dos de los tantos ejemplos, a los que acaba de sumarse la niña salvadoreña ahogada junto a su padre en el río Bravo.

Lo que denuncia esa imagen devastadora es la consecuencia de una política cruel, anti-humanitaria y equivocada.

El error es creer que el problema está en las fronteras, cuando en realidad está mucho más allá. El problema está en los países donde el hambre y la violencia generan las olas humanas que avanzan hacia el norte.

Igual que Viktor Orban en Hungría y Matteo Salvini en Italia, Donald Trump describe como si fueran ejércitos invasores a miles de familias que buscan sobrevivir.

Confundir familias desesperadas con fuerzas de ocupación es negligente y cruel, además de inútil.

La responsabilidad inicial de la muerte de la niña salvadoreña y de su papá, es del presidente norteamericano y de su colega mexicano.

Curiosamente, Trump logró con el izquierdista López Obrador lo que no había conseguido con el conservador Peña Nieto: la brutal colaboración contra una ola humana que ya no puede ser considerada de migrantes, sino de refugiados.

También tiene su cuota de responsabilidad la oposición demócrata. Hasta aquí, en su afán de bloquear la construcción del muro, los demócratas negaron que exista una “emergencia” en la frontera sur. Esa emergencia existe. Es una emergencia humanitaria. No se origina en la frontera, sino en los Estados fallidos de Centroamérica. Por ende, la solución no está en blindar las fronteras, sino en convertir agujeros negros “feudalizados” por las maras, como El Salvador, Honduras y Guatemala, en sociedades viables.

Se trata de elaborar programas, no de levantar muros.

La historia tiene ejemplos que señalan la dirección correcta. Por caso, la Alianza para el Progreso.

Si bien el presidente John F. Kennedy impulsó aquel programa que procuraba desarrollar la economía, mejorar la calidad de vida y reducir injusticias sociales, como instrumento para cerrar el paso al comunismo en Latinoamérica, en esa idea está la clave para abordar la cuestión centroamericana: impulsar desarrollo económico y social en países carcomidos por la pobreza, la falta de oportunidades y la violencia.

Lanzada en 1961, la Alianza para el Progreso terminó naufragando por errores de Washington y de los países que debían beneficiarse. También porque Lindon Johnson le había quitado atención desde que se hundiera en la guerra contra el Vietcong. Pero aquella iniciativa puede inspirar el enfoque sobre la tragedia de las miles de familias que supura agujero negro centroamericano.

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