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Dos contra el mundo

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claudio fantini
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La ocasión era adecuada. Se cumplían cien años del final de la Primera Guerra Mundial.

Meses después del armisticio firmado en Compiègne, el Tratado de Versalles impuso con negligencia la mala paz que desembocó en un cataclismo bélico aún peor que la feroz guerra de trincheras y bayonetas que había concluido.

Con Emmanuel Macron y Angela Merkel a la cabeza, una pequeña multitud de mandatarios cruzó a pie los Campos Elíseos para llegar al Arco del Triunfo, donde se evocó el final del conflicto que dejó más de diez millones de muertos y en el que debutaron los tanques y las armas químicas.
Los líderes de las dos potencias que terminaron protagonizando aquella guerra iniciada en los Balcanes con el choque de Serbia y el Imperio Austro-Húngaro, son ahora los aliados solitarios en la cruzada por defender el multilateralismo y la globalización, amenazados por un resurgir nacionalista.
Un discípulo de Mitterrand y una discípula de Adenauer están hoy conmovedoramente unidos en la defensa de la Unión Europea y de los organismos multilaterales que se construyeron sobre los escombros de la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial.
Con el Arco del Triunfo como telón de fondo, embistieron contra lo que Merkel describió como “nacionalismo miope” y Macron como la fuerza que lleva al mundo hacia un nuevo y “peligroso desorden”.
Los principales destinatarios de la ofensiva franco-alemana eran los únicos dos líderes que no cruzaron los Campos Elíseos con los demás presidentes. Donald Trump y Vladimir Putin habían llegado por su propia cuenta. Ambos fomentan los liderazgos demagógicos que están resquebrajando a la Unión Europea. Con ellos se identifican Matteo Salvini, Marine Le Pen, Viktor Orban y los demás dirigentes que quieren el regreso a la Europa de los Estados nacionales. Por eso fueron los principales receptores del mensaje contra las fuerzas regresivas.
Ese mensaje cuestionó sobre todo la visión que Trump resume en la consigna “América primero”, pero también la geopolítica “euroasiática” que arrebató Abjasia a Georgia y anexó Crimea mientras convulsionaba el resto del oriente ucraniano.
Otros líderes del renacido ímpetu nacionalista debieron sentirse aludidos. Por caso el presidente turco Reccep Tayyip Erdogán. El líder del nacionalismo religioso que está rehaciendo a su propia imagen la república que había creado Atatürk sobre las ruinas del Imperio Otomano, junto con los jefes del Kremlin y la Casa Blanca, además de los líderes europeos enfrentados con Bruselas, también fue blanco del mensaje franco-alemán por lo que implica como concepción política, o como amenaza a la institucionalidad democrática.
Sucede que, además de la defensa del multilateralismo contra el aislacionismo y de la globalización contra el nacionalismo, en los discursos de Merkel y Macron subyacía la defensa de la “democracia liberal” y de su mejor consecuencia: la sociedad abierta, plural y diversa.
La democracia liberal es lo que se está debilitando aceleradamente, bajo el modelo de liderazgo que tiene en Putin su mayor exponente y en Trump un ferviente impulsor abocado a poner dos siglos y medio de institucionalidad norteamericana a los pies de su propio liderazgo.

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