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Mentira la verdad

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CLAUDIO FANTINI
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¿Quién dijo la verdad y quién mintió? ¿Trump al anunciar que no hubo muertos ni heridos entre los efectivos norteamericanos? ¿O el ayatola Alí Jamenei al afirmar que los ataques para vengar la muerte de Soleimani mataron a 80 estadounidenses?

Si bien hay razones para pensar que el jefe de la Casa Blanca miente demasiado a menudo y que el máximo líder iraní es un fanático, lo que implica muchos rasgos oscurísimos pero también cierta compulsión por no mentir, en este caso el razonamiento lógico lleva a una conclusión que prescinde de esos rasgos.

Sucede que en Estados Unidos, por sus características institucionales, para un presidente es más difícil mentir a sus ciudadanos sobre los muertos propios en circunstancias como las ocurridas, que para cualquier líder del mundo mentirle a su pueblo sobre los muertos ajenos en una confrontación.

La teocracia persa tenía que hablar de más muertes iraníes que las producidas por el dron norteamericano, porque además de matar a Soleimani, mató a sus guardaespaldas, los conductores de los vehículos que integraban el convoy, y otros militares pertenecientes a la Fuerza Quds, que él comandaba.

A ese nutrido puñado de muertos iraníes en el convoy atacado por el dron, hay que sumar los 56 fallecidos por asfixia o aplastamiento en los multitudinarios funerales del general abatido.

Una represalia por alrededor de setenta muertes, no podía tener un saldo menor de víctimas en el bando norteamericano.

Lo relevante no es que un líder religioso mienta a pesar de la compulsión inversa que puede implicar el fanatismo, sino que el ataque iraní haya sido calibrado para no causar un daño grave al blanco atacado. Y el aviso que Irán dio al gobierno iraquí fue para minimizar daños.

El ataque por la muerte de Soleimani podía ser, o bien una declaración de guerra abierta y total, o bien una propuesta de tregua. Si procuraba causar graves daños, el mensaje del ataque era una declaración de guerra, pero si lo que buscaba era ser más simbólico que devastador, entonces el ataque era una propuesta de tregua.

Fue lo segundo. Y posiblemente fue de ese modo, no para evitar una represalia demoledora, sino porque una guerra abierta y total podría perjudicar la estrategia que Soleimani estaba implementando y que en esta columna describimos como una “vietnamización de Irak”: La creación y cooptación de milicias aliadas para que lancen proyectiles Katiusha, tiendan emboscadas, cometan atentados y ataquen de mil formas a los estadounidenses en una guerra de baja intensidad que termine obligándolos a irse de Irak como terminaron yéndose de Vietnam agotados por el Vietcong.

Ese plan puede ser más eficaz que una confrontación directa. Irán tratará en lo inmediato de evitar un choque directo, tomando de rehenes a los aliados de Washington que tiene a su alcance, mientras para el consumo interno cuenta decenas de norteamericanos muertos.

Si hay un ataque devastador, será cerca de las elecciones en los estados Unidos, para impactar contra la reelección de Trump.

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