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Liderazgo catatónico

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CLAUDIO FANTINI
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La ideologización implica una adhesión emocional extrema por la cual se reemplaza la realidad, tal como es, por lo que el deseo impone como real. Es una visión obnubilada, porque la guía la creencia y la emoción, en lugar de guiarla la experiencia y la razón.

En Venezuela impera desde hace años un régimen esperpéntico que provoca una realidad calamitosa, pero la ideologización izquierdista ve una “revolución social” que “resiste heroicamente los ataques del imperialismo y la oligarquía” local. Y en Brasil a la presidencia la ocupa un hombre de posiciones extremistas, que en el trance más peligroso de la historia agiganta los riesgos de muertes masivas con un comportamiento negligente, irresponsable y grotesco. Pero los sectores ultraconservadores siguen respaldándolo porque, así como las izquierdas ideologizadas tienen adicción a las dictaduras calamitosas que las satisfacen en sus emociones, el conservadurismo extremo tiene adicción a ese presidente que las satisfizo en su desprecio al PT y a la centroizquierda en general, pero también a la centroderecha, los homosexuales, los ecologistas, los agnósticos y los demás partidarios del Estado secular y la sociedad multicultural.

Como la ultraizquierda, los ultraconservadores adhieren a los aborrecimientos viscerales. Y Jair Bolsonaro siempre ha expresado, con violencia verbal y gestual, viscerales aborrecimientos. El dato notable es el tamaño del Brasil ultraconservador: supera el 30 por ciento de la población.

Ese porcentaje es el único blindaje del presidente ante un posible juicio político. La destitución del ministro de Salud Luiz Henrique Mandeta y la renuncia de Sergio Moro, el único ministro con prestigio y gran respaldo popular, señalan que la deriva de Bolsonaro puede convertirse en naufragio. Lo único que lo mantiene a flote es, precisamente, ese alto porcentaje de brasileños que sacaron “del placar” sus fobias políticas, sexuales y raciales, entre otras emociones ideológicas recalcitrantes.

Por cierto, es mucho mayor el porcentaje de brasileños que observa estupefacto y aterrado a un presidente que sabotea el distanciamiento social y da muestras permanentes de no entender ni remotamente la circunstancia por las que atraviesa el mundo entero.

Como el coronavirus es un enemigo sin intencionalidad ni ideología, el bolsonarismo presenta a la pandemia como instrumento de una conspiración comunista global. Así lo expresó el ideologizado canciller Ernesto Araújo, incurriendo en la dimensión del absurdo.

Lo mismo hizo la subsecretaria argentina de Educación, Adriana Puigros, desde una mirada izquierdista tan forzada como la del ultraconservador brasileño. Obviando que la pandemia comenzó en una potencia gobernada por un Partido Comunista y golpeó a estados socialistas y teocracias estatistas, entre otras variantes político-económicas, Puigrós la definió como una consecuencia del “neoliberalismo”.

Pero el desvarío de esa funcionaria no alcanza para comparar al gobierno argentino con la deriva patológica de Bolsonaro. No hay comparación.

En el Congreso de Brasil se acumulan los pedidos de impeachment. El titular del Supremo Tribunal Federal, Celso de Mello, también sugiere juicio político, mientras otro juez supremo, Gilmar Méndez, advierte que el presidente puede incurrir en políticas “genocidas”. Paralelamente, ex ministros de Salud lo denuncian ante la ONU por violar Derechos Humanos, y el respetado ex presidente Fernando Henrique Cardoso le pide que renuncie.

La suma lo que describe es un liderazgo catatónico.

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