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Leña al fuego

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Claudio Fantini
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Unos lloran lo que otros festejan. Ese punto de partida explica el laberinto trágico en el que deambula la historia de la relación palestino-israelí.

Hace setenta años, en el Museo de Arte de Tel Aviv, David Ben Gurión anunciaba la creación del Estado judío. Al mismo tiempo, y contra esa fundación decidida en la ONU mediante una resolución que imponía también la creación de un Estado palestino, comenzó la guerra de los vecinos árabes contra el país recién nacido. Ese conflicto implicó para la población palestina la Nakba: catástrofe.

En aquella primera guerra árabe-israelí desatada en 1948, centenares de aldeas palestinas desaparecieron en desplazamientos que alcanzaron al setenta por ciento de la población, según las estadísticas árabes.

En la desventura palestina tuvieron responsabilidad los países árabes que rechazaron la resolución de Naciones Unidas para la creación de los dos Estados, lanzando la primera de varias guerras. Pero está claro que, al cumplirse 70 años de aquellos acontecimientos con la cuestión palestina sin resolver, aunque por esa falta de resolución haya culpas en todas las partes del conflicto, inaugurar la embajada de Estados Unidos en Jerusalén resulta una provocación absolutamente innecesaria. Un acto que solo puede agravar el tránsito por estos días ardientes, en los cuales, además, comienza el Ramadán.

El noveno mes del calendario islámico, en el que los musulmanes ayunan desde que amanece hasta el anochecer, se designa con la palabra Ramadán, que hace mención a lo que arde, lo que quema.

En la creencia musulmana, lo que se incinera en el mes del Ramadán es el pecado. Pero en el marco de un conflicto sin resolución, arden también banderas y barricadas en la frontera de Gaza, en movilizaciones enervadas por la inauguración de la nueva embajada.

La decisión de Trump puede resultar vigorizante para el liderazgo de Netanyahu, pero eso no implica que sea bueno para el pueblo israelí. Nada que genere protestas palestinas en las que la represión deja decenas de muertos, puede ser bueno para Israel.

Al contrario, el casi medio centenar de muertos entre los miles de gazatíes que marcharon hacia la frontera, solo es funcional a Hamás y demás grupos extremistas que promueven la desaparición de Israel. Sin dudas, Hamás envía jóvenes y niños precisamente para que mueran baleados. Por eso mismo, no era el día para inaugurar una embajada en Jerusalén.

El traslado es, en sí mismo, cuestionable. Y la inauguración es un acto que no podía aportar nada que no fuese combustible en días explosivos.

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