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El juguete rabioso

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Claudio Fantini
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El fallido River-Boca tuvo algo en común con Jorge Batlle diciendo que "los argentinos son una manga de ladrones": en ambos casos, el país se sumió en un silencio que revela el trauma de sabotearse a sí mismo.

Cuando se hizo público lo que el fallecido presidente había dicho off the record, Argentina no estalló en indignación por la supuesta afrenta, sino que guardó silencio, como sonrojada frente a un espejo, en lo que puede interpretarse como un ejercicio de autocrítica poco frecuente en ella.

Ahora ocurrió algo parecido. Mientras el periodismo se enreda en la búsqueda de culpables, se multiplican las reflexiones que apuntan más allá de la violencia del fútbol y de la negligencia de quienes deben proveer la seguridad.

En Argentina ya no solo hay "intifadas" en la puerta del Congreso cuando se debaten leyes controvertidas. También las hay en las puertas de los estadios cuando se juegan partidos cruciales o partidos intrascendentes.

Argentina es un país enviciado de intifada. En cualquier lugar y por cualquier razón, estallan guerras como las de los manifestantes palestinos contra los soldados israelíes.

Los argentinos que lanzaron piedras contra un micro porque llevaba a los jugadores del club rival, mostraron al país de los impulsos autodestructivos; la sociedad que actúa contra sí misma. Al fin de cuentas, quienes perpetraron el ataque por el solo hecho de que el ómnibus de los jugadores de Boca les quedó a tiro, habían comprado entradas carísimas para ver la histórica final que ellos mismos sabotearon.

Era obvio que semejante ataque ponía en riesgo el cumplimiento de su propio deseo. Sin embargo, lo mismo lanzaron sobre el micro las piedras que hicieron trizas el esperado partido.

A los periodistas que los interrogaban sobre lo ocurrido, muchos hinchas de River dijeron que el paso del ómnibus fue una provocación para causar la suspensión del encuentro, porque es obvio que si los jugadores xeneizes pasan junto a simpatizantes rivales, estos van a atacarlos.

Lo decían como si tuviera lógica. Y los periodistas lo aceptaban así. Si los jugadores de un equipo pasan por donde están los hinchas del equipo rival, estos tienen que atacarlos a pedradas. Así de simple.

Producido el estropicio, apareció el trauma argentino. ¿Por qué siempre hay tanta gente serruchando la rama en la que está colgada? ¿Tiene la naturaleza del escorpión que pica a la rana en la mitad del río?

En todos los órdenes se ve al país autodestructivo. Al de la profecía autocumplida. Los empresarios no invierten por temor a que vuelva el populismo, sabiendo que su decisión de no invertir es, precisamente, lo que le abre la puerta al populismo.

El país que se parece a los hinchas de River que arruinaron la final que tanto deseaban ver, también se parece a Silvio Astier. El personaje de novela de Arlt que comete, sin razón alguna, una abyecta traición que también lo perjudica y lo destruye.

Cada tanto y por distintas circunstancias pero una misma razón oscura, el país queda frente al espejo que le muestra la imagen de un juguete rabioso.

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