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Insultos y bullyng

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CLAUDIO FANTINI
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No es lo mismo criticar que insultar. El alcalde de Londres había criticado al presidente norteamericano en una columna que escribió en The Observer, y Trump le respondió insultándolo por Twitter.

Cuestionando los honores que preparaban el gobierno y la corona para recibir al jefe de la Casa Blanca, Sadiq Khan analizó discursos del visitante, comparándolos con los de “los líderes fascistas del siglo 20”.

En el mismo artículo, como en ocasiones anteriores, el alcalde londinense señaló los desbordes racistas, xenófobos y homofóbicos de Trump, quién respondió llamándolo “perdedor”, además de “tonto incompetente”.

Lo que hizo Sadiq Khan resulta, por lo menos, discutible. Como gobernante de la capital británica se le puede criticar que, ante una visita oficial, debería limitarse a guardar las formas que le impone su función. Pero responderle insultándolo es desproporcionado, además de impropio en un jefe de Estado durante una visita oficial.

Más revelador aún fue uno de los tres insultos que disparó contra Khan. Lo llamó “perdedor”, descalificación propia del “supremacismo” de los “exitosos” que discriminan a los vulnerables de toda sociedad.

La falsa disyuntiva “éxito-fracaso” está haciendo estragos en la sociedad contemporánea. Aludir a la distinción entre “losers” y “winners” implica alimentar esa disyuntiva atroz surgida del bullyng, que es una forma cruel de discriminación.

En lugar de hacerle una crítica argumentada, Trump le hizo bullyng al alcalde de Londres, alimentando el rechazo que su presencia genera en buena parte de la sociedad británica por sus injerencias en los asuntos internos apoyando iniciativas como el Brexit y a demagogos extremistas como Nigel Farage y Boris Johnson.

También cuestionaron a Trump, rechazando la invitación de la reina a la cena en Buckingham, el líder laborista Jeremy Corbin y Vince Cable, titular del Partido Liberal Demócrata, la segunda fuerza más votada en la última elección, además de entidades como Amnistía Internacional y los miles de manifestantes que protestan en las calles.

Insultar al alcalde de la capital británica no es una simple desmesura. Sadiq Khan es un musulmán de posiciones progresistas que ascendió durante el gobierno laborista que encabezó Gordon Brown. Esos dos rasgos (la religión y la posición política) alimentan el desprecio que por él siente el presidente norteamericano.

Los insultos a Khan, un enemigo del fundamentalismo religioso, contrastan con el cuidado que Trump tuvo al referirse al monstruoso crimen de un disidente que perpetraron agentes enviados por el príncipe Mohamed Bin Salmán.

Para el responsable de masacres en Yemen y del asesinato con descuartizamiento ejecutado en Estambul, tuvo elogios y extremados cuidados diplomáticos, mientras que para el socialdemócrata que gobierna Londres y defiende la democracia liberal en el mundo, tuvo descalificaciones agraviantes y bullyng.

Antes de iniciar de ese modo su visita al Reino Unido, Trump había amenazado a México con aranceles si no frenaba la inmigración ilegal a Estados Unidos. La respuesta del presidente mexicano fue un discurso moderado en defensa de la libertad de comercio.

Sonaba extraño que un líder latinoamericano de posiciones izquierdistas responda defendiendo el libre comercio a la amenaza de un presidente norteamericano dispuesto a desconocer un acuerdo suscripto hace un puñado de meses.

Al retirarse del Acuerdo Nuclear alcanzado con Irán, Trump desconoció un compromiso asumido por un presidente anterior (Obama). Aplicando aranceles a los productos de México, Trump desconocería un compromiso asumido por él mismo. Todo un récord en materia de imprevisibilidad.

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