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Lo que insinúan las catarsis de Cristina

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CLAUDIO FANTINI
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Nadie esperaba una actitud socrática de la vicepresidenta. En las antípodas del filósofo que aceptó cumplir una condena que consideraba injusta, Cristina Kirchner parece decidida a generar tembladerales para desestabilizar la institucionalidad que la declaró culpable.

Sócrates le ensañaba a pensar a los atenienses para que se guiaran por la razón y no por las creencias y costumbres, pero consciente del valor de las leyes y las instituciones por los peligros que entraña el caos, el maestro de Platón aceptó la condena a muerte que se le impuso bajo acusación de “impiedad”. Aún proclamando su inocencia, señalando las falacias de la acusación y cuestionado un veredicto injusto, el viejo filósofo se negó a escapar de la ejecución que podría haber evitado fácilmente, para dejarle a los atenienses una enseñanza más: incumplir las leyes de la polis es una de las peores faltas, porque acrecienta el peligro de caos.

Cristina Kirchner no parece dispuesta a afrontar con entereza socrática esta instancia. Ya había calificado de “pelotón de fusilamiento” al tribunal y, tras anunciarse el veredicto, acusó al sistema judicial de ser una “mafia” y un “estado paralelo”. Ergo, negó a la Justicia legitimidad para juzgarla y condenarla.

En el país que describe no hay Estado de Derecho sino un vínculo mafioso entre el poder económico, el poder mediático y el poder judicial. No fueron los jueces y fiscales, sino el sistema quien la condenó.

En su descripción, esa entente la quiere “presa o muerta”, por eso vinculó desde los fiscales y jueces y a empresarios macristas con el intento de magnicidio que sufrió.

Lo que hizo Cristina Kirchner en la catarsis televisada minutos después del veredicto, puede ser el inicio de un proceso de desestabilización institucional destinado a derribar la estantería que le tiene reservada una celda.

Si el sistema es una mafia, lo que hay que cambiar es el sistema. Lo curioso es que su aparición pública haya sido tan emocional y caótica. Sabiendo con antelación que el fallo le sería adverso, era de esperar una actuación más sorprendente. En lugar de eso, erupcionó la repulsión que le producen los magistrados que la juzgaron y el periodismo que la cuestiona.

Usando como prueba los chats obtenidos ilegalmente y difundidos sin que haya certeza de autenticidad, mostró señales de desesperación. Que funcionarios y magistrados acepten viajes pagados por empresarios, prueba una deplorable promiscuidad institucional. Pero no está probado que haya delito. Lo que está claro es que hubo espionaje ilegal y que ese delito tuvo resultados funcionales a la argumentación de la vicepresidenta.

No obstante, lo más revelador de la catarsis vicepresidencial es que volvió a insinuar una teoría que explica muchas cosas. Según Cristina, en un sistema presidencial como el argentino los presidentes no pueden ser acusados de fraude al Estado en la ejecución de un presupuesto, porque quienes firman las ejecuciones presupuestarias son los jefes de Gabinete.

Por cierto, resulta absurdo imaginar jefes de Gabinete que tomen semejantes decisiones por sí mismos, sin la aprobación de los presidentes, más aún si los presidentes son Néstor Kirchner y después Cristina. Pero tiene lógica preguntarse por qué no estuvieron también procesados los jefes de Gabinete de los períodos en cuestión.

Esos funcionarios son Alberto Fernández y Sergio Massa, nada menos que quien ocupa la presidencia y su superministro. La vicepresidenta está convencida, y volvió a insinuarlo en su pataleo contra la condena, que el presidente y el ministro de Economía cumplieron los roles que los jueces califican como fraude al Estado.

Ese convencimiento podría explicar por qué ella los puso donde están. Ni Fernández sería presidente ni Massa superministro si ella no lo hubiera decidido. Ambos fueron sus más demoledores críticos. Pasaron años acusándola de cosas gravísimas, pero ella los convocó para armar el Frente de Todos dándoles roles relevantes. La pregunta es si el sentimiento de haber sido defraudada, tan visible respecto al presidente, no es porque su designación como candidato y la elección de Massa como tercer cabeza del FdT estaban pensadas casi exclusivamente para que manipularan jueces, camaristas y fiscales para enterrar los procesos que siguieron en marcha.

La hipótesis sería: Cristina armó el FdT con sus más duros críticos, porque entendía que ellos estaban obligados a rescatarla de los estrados judiciales debido, precisamente, a los roles que habían jugado como jefes de Gabinete.

La vicepresidenta lleva tiempo mostrándose decepcionada por Alberto Fernández. El actual presidente fue el jefe de Gabinete en el gobierno de Néstor Kirchner, el armador del caso por el que acaban de condenar a su viuda, y también fue jefe de Gabinete de la líder ahora condenada. La habilidad política que se le conocía es la de operador de acuerdos entre el poder político, la Justicia y grandes medios de comunicación. Esa habilidad probada y su imagen de moderado lo convertían en el hombre indicado.

Massa es el otro exjefe de Gabinete de Cristina, que pasó años atacándola y enfrentándola, pero era necesario para ganar la elección y para operar con la justicia y los grandes medios la desarticulación de los procesos judiciales.

Ellos salieron intactos y ella fue condenada. Eso parece indignarla. Se siente defraudada y también ve esa “traición” que sufrió como una prueba más de la “alianza mafiosa” que “se orquestó” para condenarla.

En esta hipótesis sobre la realidad que garabatea Cristina Kirchner, el FdT y el gobierno que integra aunque actúe como opositora, fueron creados con el objetivo principal de desarticular los procesos que han comenzado a condenarla.

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