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El héroe de la dignidad

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Claudio Fantini
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En la historia hay personajes viles que ganaron guerras en vida, pero perdieron batallas cruciales ya muertos. Y también muestra héroes de la dignidad que perdieron guerras en vida y ganaron cruciales batallas al morir.

En el primer grupo está Francisco Franco, ganador con su estrategia de terror en la Guerra del Rif y en la Guerra Civil española; pero derrotado post-mortem, primero con el entierro de su régimen para nazca una democracia, y ahora con el desalojo de su tumba del Valle de los Caídos, para que deje de ser el "monumento a una dictadura".

En el segundo grupo está John McCain, capturado en la guerra de Vietnam y derrotado en comicios presidenciales, pero ganador de su batalla personal contra Donald Trump. A esa batalla la ganó al morir porque estadistas del mundo, la sociedad norteamericana, la prensa y los principales referentes demócratas y republicanos, lo despidieron como un héroe de guerra y de la dignidad política.

Esos heroísmos lo convierten en la contracara de Trump, quien eludió combatir en Vietnam pero se atrevió a negar que el senador de Arizona fuese un héroe porque el vietcong lo había capturado. Es cierto. Pasó cinco años en un campo de concentración tras el derribo de su avión, y muchas veces rechazó ser liberado, eligiendo permanecer en ese infierno carcelario hasta que todos los prisioneros norteamericanos fuesen liberados.

También fue heroico en la derrota política. Con Barak Obama arriba en las encuestas, desmentía las calumnias que las usinas conservadoras lucubraban para difamar al candidato demócrata. "Eso no es verdad. Obama es un hombre digno", decía ante un público republicano que lo escuchaba perplejo.

Después enfrentó a Trump. Pocos republicanos se atrevieron a denunciar los desbordes racistas del presidente y las envestidas que debilitaron la relación de Washington con sus aliados. Y ningún conservador se atrevió a decir que la actitud de Trump hacia Rusia "es una vergüenza".

El único que alzó la voz fue John Sidney McCain III, el senador que redactó la lista de invitados y de oradores en su funeral, dándole la palabra a Obama y al último vicepresidente demócrata, Joe Baiden.

No haber invitado a las ceremonias a quien fue su compañera de fórmula, Sarah Pailin, fue su modo de autocriticarse haber aceptado una imposición del Tea Party. Pero en la batalla final, enarboló sus banderas de diálogo y consenso, contra el extremismo y la intolerancia que expresan los ultraconservadores y Trump.

La mayor victoria de su muerte fue visibilizar el contraste entre la vileza del presidente que censura una condolencia del gobierno por elogiar al senador, con la lluvia de mensajes destacando la honorabilidad, heroísmo y dignidad de McCain. El guerrero que, antes del fin, disparó contra la imagen de Trump con una bala de plata: prohibirle estar en su funeral.

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