Una guerra de acusaciones intoxica la escena global. En el bombardeo de denuncias, algunas pueden tener veracidad y otras no ser más que teorías conspirativas. Dilucidar lo cierto y lo falso abarcará las próximas décadas y tal vez nunca se logre.

Lo indudable es que, en lo que a gobiernos se refiere, este no es un tiempo de confrontación sino de cooperación.

Probablemente, por error, negligencia o por algún motivo oscuro, la OMS incurrió en complicidades con China. Su titular, Tedros Ghebreyesus, fue un gran ministro de Salud de Etiopía pero es posible que, como tantos en el escenario del COVID-19, cometiera errores o actos fraudulentos a favor de Beijing. Señala tal posibilidad la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, mostrando el mail que le envió en diciembre advirtiendo sobre una “neumonía atípica”.

No obstante todo podrá investigarse cuando pase la pandemia. Actuar como si existieran certezas y cortar la financiación norteamericana a la OMS justo ahora, son actos inaceptables de Trump.

La única pulseada aceptable es la que se da en el campo de la cooperación. Allí, el gobierno chino está venciendo a Estados Unidos y a Europa, aunque eso no implica que las estadísticas que exhibe Xi Jinping sean creíbles y que no haya otras cuestiones ocultadas por su gobierno.

Un documental afirma que el virus fue creado en un Laboratorio de Bioseguridad de Wuhan, es un producto de ingeniería molecular y la ola de contagios no comenzó ni en el lugar ni en el momento señalados por Beijing. A éste enfoque lo sostiene el diario The Epoch Time, un medio vinculado a Falung Gong, movimiento surgido de una práctica orientada a la búsqueda de la armonía interior y relacionada con el “qi gon”, enseñanza basada en la medicina china ancestral. El Falung Gong, o Falung Dafa, creado por Li Hongzi y difundido al comenzar la década de 1990, fue inicialmente tolerado por el gobierno chino, pero la presidencia de Jiang Zemín lo proscribió, señalándolo como “xie jiao”, concepto que desde la dinastía Ming significa “secta malvada” o falsa religión.

Desde entonces, los guías y los adherentes de Falung Gong fueron injustamente censurados y perseguidos, lo cual convirtió al movimiento en enemigo del régimen. Esta realidad debe ser tenida en cuenta (tanto como la injusta proscripción y persecución sufrida desde 1999) al momento de evaluar la denuncia que hace el documental del diario fundado por John Tang y otros norteamericanos de ascendencia china vinculados a Falung Gong.

Ese vínculo no invalida las sospechas, pero las contextualiza. Del mismo modo que contextualiza la denuncia del gobierno taiwanés la enemistad con la República Popular.

La contextualización otorga una credibilidad más firme a The Guardian. El diario británico publicó informes elaborados por dos universidades chinas y censurados por el gobierno. Los trabajos realizados en la Universidad Fudan, de Shangai, y la Universidad de Geociencias, de Whan, no pudieron ser expuestos públicamente, pero The Guardian dio cuenta de ellos y de la censura que se les aplicó. La censura, en sí misma, justifica sospechar del gobierno chino. Y los dos siglos que tiene ese diario, originalmente llamado Manchester Guardian, garantizan credibilidad.

Trump acaba de cometer dos errores, uno grave y el otro más grave aún. El error grave es, en su disputa con los gobernadores, afirmar que el presidente tiene el “poder total” sobre los Estados de la Unión. Esto implica desconocer la décima enmienda de la Constitución y también el mecanismo que lo hizo presidente: perdió en el voto de los ciudadanos pero lo impuso la decisión de los Estados en el Colegio Electoral.

El error más grave es haber cortado la financiación de la OMS en medio del ataque viral. La OMS puede haber tenido fallas que deberán esclarecerse y el régimen chino puede tener inmensas culpas, por negligencia o conspiración. Pero éste no es el tiempo de las acusaciones y las sanciones. Ese tiempo empezará cuando haya terminado la pandemia.