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La gran simulación

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Más que un verdadero acto de guerra, parece una simulación. El ataque sobre Siria dejó más dudas que certeza. Los voceros del Pentágono y la Casa Blanca mintieron al negar que Rusia haya sido avisada del ataque y los blancos escogidos, para evitar que las fuerzas rusas establecidas en territorios sirios sufrieran bajas y daños materiales. Los desmiente el hecho de que no hubo víctimas fatales. Un régimen experto en victimizarse mostrando cadáveres después de ser atacado, mencionó sólo tres heridos. Ni siquiera habló de heridos graves. Sólo tres heridos.

¿Puede no haber víctimas fatales tras una lluvia de misiles? Más de cien proyectiles sobre supuestos centros de producción de armas químicas sólo causaron destrucción material. ¿Pueden existir centros neurálgicos donde no haya nadie después de la medianoche? Evidentemente, hubo un aviso previo a Rusia, lo que equivale a avisar también al régimen sirio. Las afirmaciones en contrario que hicieron los voceros norteamericanos no fueron ciertas. De hecho, poco después trascendió que Macron se había comunicado con Putin para decirle del plan en marcha. Un plan que no contempló debilitar a Al Asad ni confrontar con Rusia. Por eso el ataque fue anunciado y acotado. Además, los aviones y los misiles de las potencias noroccidentales no cruzaron el espacio controlado por los sistemas antiaéreos rusos.

La “misión cumplida” que dijo Trump, fue desafiar a Putin sin darle razones para represalias. Esa era la cuadratura del círculo. Aunque limitado y avisado a la contraparte, el ataque implicaba una ofensa al líder ruso. A la realidad del acto la revela lo expresado por el embajador en Washington Anatoly Antonov, al decir que el bombardeo occidental era una ofensa a Putin y que habría consecuencias; afirmación y amenaza destinadas a no cumplirse.

En definitiva, el ataque tuvo más de capoeira que de pelea real. Una danza simulando un combate, allí donde no lo hay. ¿Por qué? Porque la justificación del ataque muestra que ya no se pretende derrocar al régimen, sino solo limitar sus acciones. Aunque el verdadero mensaje fue para Rusia, y dice que las potencias noroccidentales tienen que estar en la mesa donde el Kremlin diseña la posguerra.

En las reuniones de Astaná, manejadas por Rusia, sólo participan Irán y Turquía. Los misiles de la madrugada del sábado fueron el simbólico puñetazo en la mesa para reclamar un lugar. Y la respuesta que Rusia parece obligada a dar para que su líder no se vea débil y humillado, será seguramente igual de simbólica. Otra gran simulación.

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