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La furia de Trump

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CLAUDIO FANTINI
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El silencio de Boris Johnson se volvió ensordecedor. La dirigencia británica se ofendió con los insultos de Donald Trump a Kim Darroch y su destemplado ataque a Theresa May.

Incluso Jeremy Hunt, el otro aspirante a suceder a la primera ministra renunciante, defendió al diplomático que debió dimitir como embajador en Washington. Pero el extravagante ex titular del Foreing Office se quedó callado, como si la furibunda embestida del presidente norteamericano hubiese sido justa y razonable.

La ira de Trump estalló desde su orgullo herido, sobrepasando su responsabilidad de hombre de Estado. Se puede cuestionar a Darroch haber usado las palabras “inepto” e “ignorante” en las descripciones que hizo del presidente de Estados Unidos, pero no se puede obviar que se trata de informes confidenciales, elaborados exclusivamente para el gobierno británico y no para que se hicieran públicos. Ergo, lo grave no es lo que redactó el embajador, sino que esos cables diplomáticos hayan sido filtrados a la prensa.

Washington entiende el tema porque en el 2010 WikiLeaks difundió más de 250 mil cables diplomáticos remitidos a la Secretaría de Estado desde embajadas norteamericanas en decenas de países.

Muchos dirigentes y gobernantes duramente criticados en los informes de los embajadores estadounidenses, reaccionaron con racionalidad. En cambio Trump reaccionó causando un estropicio; con el agravante de que se trata del mandatario menos indicado para ofenderse, por su costumbre de agraviar a líderes de otros países.

Los británicos lo comprobaron cuando en su última visita al Reino Unido insultó al alcalde de Londres, Sadiq Khan, antes de inmiscuirse en los asuntos internos del país anfitrión promoviendo abiertamente el Brexit duro y el arribo de Boris Johnson al 10 de Downing Street.

El funcionario que antes de presidir la capital inglesa fue un eficaz ministro del gobierno de Gordon Brown, había cuestionado ciertos discursos de Trump y sus injerencias en los asuntos internos de Gran Bretaña.

El jefe de la Casa Blanca pudo entablar un debate con Sadiq Khan, intentando rebatir las críticas que le hizo. Pero en lugar de eso, lo que hizo fue insultarlo. Un gesto que contrasta con el cuidado “diplomático” que Trump tiene al referirse, por ejemplo, a al príncipe saudita Mohamed bin Salman, denunciado por el asesinato y descuartizamiento de Jamal Kashoggi en Estambul.

El presidente que a menudo elogia al sanguinario dictador norcoreano, ataca duramente al respetado musulmán que gobierna Londres. Eso, sumado a su metralla de descalificaciones públicas alcanzando a figuras como Merkel y Macron, le resta autoridad moral para victimizarse por lo que un embajador escribió en un reporte que no debía hacerse público.

Lo curioso es que Boris Johnson resultó dañado por su último desborde. Trump lleva tiempo promoviéndolo para que llegue a primer ministro. Pero el furibundo ataque a Kim Darroch dejó a Johnson en evidencia, porque su silencio se escuchó en todos los rincones del reino.

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