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Frenética danza de estropicios

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CLAUDIO FANTINI
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Perú cayó en un agujero negro situado en la confluencia entre una grave crisis de representatividad y el salvajismo que los partidos que controlan el Parlamento y están llevando a niveles de suicidio institucional.

La crisis de representatividad engendra anti-sistemas y debilita clases dirigentes en muchas democracias del mundo. En Estados Unidos engendró a Trump, quien está protagonizando un inédito capítulo de la historia, en el que un presidente se resiste a aceptar su derrota y procura tomar como rehén al sistema político.

Perú fue uno de los países donde primero irrumpió el anti-sistema. Ante el fracaso de la izquierda aprista y el desgaste del conservadurismo tradicional que lideró Belaunde Terry, desde afuera de la política llegó la postulación de Vargas Llosa. Pero como había elites de centro y centroderecha detrás de la candidatura del prolífico escritor, al triunfo se lo llevó Alberto Fujimori, el ignoto ingeniero agrónomo que logró hacer más convincente su carácter de outsider y, una vez en el poder, impuso un régimen oscuro y brutal.

Con la democracia recuperada, las presidencias de Alejandro Toledo, Alán García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kucszynski pusieron el país en la senda del crecimiento económico, pero la política se fue carcomiendo de corrupción y todos los presidentes terminaron presos, procesados, fugados o suicidados cuando estaban por encarcelarlos.

La corrupción convirtió al Congreso en una guarida donde atrincherarse para resistir los embates judiciales. Eso convirtió al Poder Legislativo en un campo de batalla.

El Congreso que jaqueó hasta derribar a Kucszynski, luego intentó paralizar a su sucesor. Martín Vizcarra se defendió atacando, pero ese cuerpo legislativo colmado de legisladores acusados de corrupción, le impuso un juicio de vacancia.

El vicepresidente que llegó a la presidencia por la caída de quien había sido elegido para el cargo, sobrevivió al primer impeachment. Pero sólo dos meses después, los diputados volvieron a la carga con otro juicio político y esta vez lo derribaron.

Sea o no cierto que Vizcarra cobró sobornos por obras públicas cuando gobernaba el departamento de Moquegua, el procedimiento parlamentario para destituirlo fue un estropicio institucional. La sociedad lo percibió de ese modo y estalló en masivas protestas.

Las multitudes no ganaron la calle por simpatizar con Vizcarra, sino por indignación ante una destitución visiblemente truculenta.

A pesar de no creer en la dirigencia política actual, multitudes salieron a defender la democracia puesta en peligro por el salvajismo de los partidos con representación parlamentaria. Pero Manuel Merino, el titular del Congreso que había sido proclamado presidente en reemplazo de Vizcarra, mostró su pavorosa incapacidad para la función ni bien asumió el cargo.

A pesar del origen turbio de su mandato, la primera medida que tomó fue armar un gabinete totalmente escorado hacia la derecha dura. Y la primera decisión de ese Gabinete fue ordenar una feroz represión de las protestas.

Dos muertos, más de cien heridos y varios desaparecidos fue el saldo del desastre por el que Merino debió renunciar cinco días después de haber asumido. Y en lugar de actuar con sensatez ante el vacío de poder creado por su cadena de negligencias, el Congreso agravó la crisis al impedir la designación inmediata de un presidente. Los jefes de las bancadas habían acordado nombrar a Rocío Silva, respetada diputada del Frente Amplio, un partido moderado. Pero a la hora de la votación el acuerdo naufragó porque los diputados no respondieron a sus respectivos jefes de bancada. O sea, un caos en el que nadie representa nada. Y tan peligroso que lo más sensato que podría hacer el Tribunal Constitucional es restituir a Martín Vizcarra.

Quizá por eso, ya al filo de la anarquía, las principales fuerzas políticas acordaron colocar en la presidencia a un dirigente sin salpicaduras de corrupción y de una de las bancadas que votó contra la destitución de Vizcarra.

Falta ver si la designación del diputado del Partido Morado Francisco Sagasti llegó a tiempo.

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