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El fenómeno extremista

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Claudio Fantini
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Que un dirigente de las características de Jair Bolsonaro llegue a ser protagonista en una elección presidencial, alcanza el rango de fenómeno.

La excepcionalidad está en llegar a semejante resultado mediante la exaltación del autoritarismo, la violencia y la promoción del odio racial, el desprecio social y el aborrecimiento a la diversidad sexual.

El fenómeno Bolsonaro tiene una causa externa y varias causas internas. La causa externa es la ola anti-sistema que se manifiesta en las urnas de países de mediana y de gran envergadura, dejando el poder en manos de personajes como el filipino Rodrigo Duterte.

Los últimos ejemplos del fenómeno en América fueron el triunfo en la primera vuelta del fundamentalista costarricense Fabricio Alvarado, peligro conjurado en el ballotage, y la abrumadora victoria de la derecha antiinmigrante en Quebec, sacudiendo a la racional, diversa, opulenta y hasta elegante Canadá.

Las incertidumbres y temores de esta etapa de la era global y la evolución tecnológica desgastan a las dirigencias políticas tradicionales, abriendo paso a discurso demagógicos y extremos.

A esa realidad de escala global Brasil le agrega la decadencia ética de su propia dirigencia, ensanchando las posibilidades de quienes proponen patear el tablero, aunque sean personajes vulgares con discursos desopilantes.

La otra causa interna del fenómeno Bolsonaro está en las malas decisiones de esa clase política que, aun corrompida y mediocre, resulta más racional que el candidato anti-sistema. En la centroderecha, el PMDB y el PSDB chocaron entre sí, neutralizándose mutuamente. Y en la centroizquierda, Lula impuso un candidato cuyo perfil académico genera rechazo en el poderoso brazo sindical del PT, con una compañera de fórmula que, por pertenecer al Partido Comunista, repele el gran flujo de votos moderados que se necesita para ganar una elección.

Quizá, más competitivo que imponer la fórmula Haddad - D’Avila habría sido alinear al PT detrás de la candidatura del socialista moderado Ciro Gomes. Pero en la centroizquierda no hubo entendimiento entre el partido más débil que tuvo al candidato más fuerte, con el partido más fuerte que presentó al candidato más débil.

A eso se suma el aporte de la Justicia al inquietante fenómeno. Que haya dejado fuera de carrera a Lula cuando encabezaba todas las encuestas con una intención de voto que nunca alcanzó ningún otro candidato (el 40%) puede ser explicado en la interpretación de la Ley.

Pero no tiene ninguna explicación aceptable que la Justicia le haya prohibido al PT usar la imagen de Lula en los afiches y los avisos televisados de Fernando Haddad. También haber prohibido entrevistas y la difusión de mensajes grabados del ex presidente se parece más a la censura que a una equilibrada aplicación de la Ley.

La contracara es que ni Bolsonaro ni Hamilton Mourao ni los demás militares que integran la plana mayor de partido ultraderechista han sido sancionados por la reivindicación de la tortura y el asesinato, las apologías de crímenes de lesa humanidad y las incitaciones al golpe de Estado y a otras violaciones de la Constitución.

Por cierto, también el hombre que apuñaló a Bolsonaro hizo su aporte al fenómeno de la demagogia extremista. El cobarde atentado convirtió, por primera vez, en víctima al apologeta de los victimarios. Y de paso le regaló una coartada para justificar su ausencia en los debates con los otros candidatos. Un escenario en el que sólo podía perder.

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