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El extraño caso del odio a Greta

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CLAUDIO FANTINI
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Una señal de que la mayor parte de la razón respecto al cambio climático no está del lado de los negacionistas, sino de quienes reclaman acciones de fondo contra el calentamiento global, es el extraño caso del odio a Greta Thunberg.

Asomarse al océano de insultos con que la ametrallan en las redes, evidencia que se trata de un odio oscuro y viscoso. No puede ser de otro modo un sentimiento que se permite insultar, denigrar y lanzar crueles burlas a quien, en definitiva, es una niña.

Resulta inconcebible que Trump se haya burlado cruelmente del síndrome que padece la activista sueca. El Asperger implica dos rasgos, entre otros: un cociente intelectual elevadísimo y una dificultad para contener la expresión de emociones. Burlarse de esa dificultad es una bajeza, además de una exhibición de incontinencia barbárica.

También la atacó Jair Bolsonaro. Cuanto odio deben sentir por ella para que, desde la investidura presidencial y con lo que eso implica, dos hombres adultos cometan la irresponsabilidad de señalar con estigmas a una niña. Esos señalamientos podrían motivar a lunáticos violentos a agredirla físicamente, ya que por las redes millones de fanáticos descargan sobre ella una violencia verbal sin lógica.

En Estados Unidos, un lunático fanatizado por Trump masacró a mexicanos movido por discursos del jefe de la Casa Blanca.

Lo más grave que puede pasar si Thunberg estuviera equivocada, es que se tomen medidas que no hubieran sido absolutamente necesarias, aunque jamás resultarían dañinas. En cambio, si los equivocados fueran los negacionistas del cambio climático, la especie humana avanzaría hacia su autodestrucción.

Resulta casi imposible que el negacionismo tenga razón. Hay demasiado consenso científico sobre la necesidad de revertir todo lo que produzca efecto invernadero. Sin embargo, los negacionistas, sean presidentes o no, coinciden en describir al activismo de la niña sueca y de los científicos y las agrupaciones ambientalistas, como parte de una conspiración izquierdista a la que es necesario conjurar.

Lo curioso es la connotación ideológica del odio a Thunberg. La inmensa mayoría de quienes le disparan barbaridades, destilan un conservadurismo agresivo que entiende al movimiento global contra el cambio climático como una confabulación marxista.

En rigor, lo que resulta repudiable es la izquierda que defiende regímenes criminales y calamitosos como el chavismo, o dictaduras matrimoniales como la de Ortega-Murillo, o idealizan a regímenes como el cubano. Pero una izquierda que se sitúa en la vereda de la preservación del medio ambiente no tiene por qué ser repudiada. En esa misma vereda hay liberales, socialdemócratas y centroderechas emocional y mentalmente sanas.

No parecen sanos los conservadurismos que sienten odio visceral contra quienes presionan por medidas urgentes contra el calentamiento global, denunciando que detrás de ese activismo hay lobbies de las industrias que producen energías sustentables.

En rigor, detrás de todos los movimientos hay lobbies. Los del petróleo, el carbón y otras formas contaminantes de producción de energías también financian voceros y congresos, como hacen todos los grupos de presión en todos los órdenes. Pero el conservadurismo negacionista sólo encuentra despreciable a los de las energías renovables.

Se puede debatir con argumentos contra lo que representa y visibiliza Thunberg. Lo que no se puede, es atacarla con la violencia verbal que fermenta en el odio.

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