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Estropicios en Londres

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CLAUDIO FANTINI
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El único gobernante que festejaría un Brexit duro es Vladimir Putin.

El caos institucional, comercial y financiero que provocaría a Gran Bretaña y a la Unión Europea, solo beneficiaría a las jugadas que el líder ruso ejecuta en el tablero geoestratégico del hemisferio noroccidental. Por eso haber alentado el Brexit duro como acaba de hacer Donald Trump en su visita al Reino Unido, fue funcional a los planes del líder ruso.

Propiciar un rompimiento abrupto y sin acuerdo también va a contramano de los intereses norteamericanos. La formidable y exitosa alianza política, económica y militar que Estados Unidos mantiene con Europa desde la Segunda Guerra Mundial, se ha reflejado en la existencia durante más de medio siglo de un vigoroso bloque occidental.

Ese bloque que tanto gravitó sobre el escenario mundial, se descompone desde que el magnate inmobiliario llegó al Despacho Oval.

Que Londres rompa con Bruselas pateando el tablero de todo lo construido desde el Tratado de Roma hasta el Tratado de Maastricht, facilitaría los designios geopolíticos de Rusia y el empoderamiento económico de China. Mientras, en lo inmediato, hundiría al Reino Unido y a Europa continental en un caos que los debilitaría gravemente.

Haber alentado semejante situación a su paso por Londres no sorprende de Trump, debido a su amistad con el demagogo ultranacionalista Nigel Farage y a sus reiteradas exhortaciones para que los tories conviertan en primer ministro al excesivo Boris Johnson, actualmente acusado de mentir datos durante su campaña por el Brexit en el referéndum del 2016.

De todos modos, la reiteración de su abierta injerencia en los asuntos internos británicos explica el rechazo que gran parte de la sociedad y las elites británicas sienten hacia el actual presidente norteamericano. Un rechazo que se expresa en manifestaciones callejeras y en actitudes como las del líder laborista Jeremy Corbin y el titular del Partido Liberal Demócrata, Vince Cable, negándose a asistir a la cena de bienvenida en el Palacio de Buckingham.

Parecía que nada más grave que los insultos de Trump al alcalde de Londres podía ocurrir durante esta visita. Pero ocurrió. El visitante habló con Theresa May como si desconociera que ella ya ha renunciado al cargo y que la dimisión se debe, precisamente, a sus infructuosos esfuerzos por evitar un Brexit duro.

Desde que reemplazó a David Cameron en el cargo, May no ha hecho otra cosa que explicar las nefastas consecuencias que tendría para Gran Bretaña y para la Unión Europea una ruptura sin acuerdo.

Tres veces negoció con Bruselas entendimientos que fueron rechazados por el Parlamento, sin que nadie propusiera algo mejor. Precisamente a esa primera ministra ya renunciada, que se inmoló intentando evitar el Brexit duro, el jefe de la Casa Blanca le propuso un “fenomenal” acuerdo comercial con Washington ni bien rompieran de una buena vez los vínculos económicos e institucionales con la Unión Europea.

Parecía una broma de mal gusto, pero lo estaba diciendo en serio.

Eso intentará Boris Johnson si se convierte en el reemplazante de Theresa May. Pero deberá saber que Trump suele romper los pactos suscriptos por su país.

En el caso del acuerdo nuclear con Irán, incumplió el compromiso firmado por su antecesor, Barack Obama, mientras que, en el caso de los aranceles que está impulsando contra los productos de México, está incumpliendo un acuerdo que él mismo firmó hace solo un puñado de meses.

Fogoneando un Brexit duro durante su visita oficial, Trump parece dar la razón a algunas de las críticas que le hizo el alcalde londinense Sadiq Khan, al que le respondió insultándolo.

Y también a quienes lo acusan de ser funcional a los designios del jefe del Kremlin.

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