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Cuando las estatuas caen

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CLAUDIO FANTINI
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Cuando las estatuas caen, se da vuelta una página de la historia. Cayeron estatuas de Hitler junto al ejército del III Reich. 

Anunciando el final del comunismo, cayeron las estatuas de Lenin en la Unión Soviética y frente al cuartel moscovita del KGB cayó la estatua de Dzerzhinsk, el fundador del aparato de espionaje que blindó al totalitarismo ruso.

En Bagdad cayó la estatua de Saddam Hussein marcando el final del supremacismo sunita. En Trípoli y Benghazi cayeron las de Jadafy.

El mundo vio caer estatuas de emperadores y de dictadores. Muchas veces, la nueva etapa no estuvo exenta de opresiones y despotismos. Aunque siempre parezca estar dando grandes saltos, la historia suele avanzar con pasos cortos.

Pero incluso en esos casos, lo que expresa el derribo de estatuas son inmensos cambios en la mirada colectiva. Por eso es posible afirmar que la rodilla brutal que mató a George Floyd, desató un sismo que anuncia una vuelta de página en la historia occidental. En Minneapolis comenzó una ola antirracista que se convirtió en tsunami mundial. La señal de su magnitud está dada por la caída de las estatuas.

En Durham, Carolina del Norte, derribaron la del soldado confederado. El gobierno de Virginia decidió remover la estatua del general Lee en Richmond, la ciudad que fue la capital de los Estados Confederados durante la Guerra de Secesión.

Robert Lee comandó los ejércitos de los Estados sureños que se rebelaron contra la abolición de la esclavitud. Su estatua, que ya había provocado choques entre racistas y antirracistas en Charlottesville, ahora cae sin tener defensores.

En Londres también cayeron estatuas que expresaban la aberrante persistencia del racismo. En Bristol fue arrojada al lecho del río Avon la estatua del Edward Colton, benefactor que tuvo esa ciudad inglesa en el siglo XVII y dueño de una fortuna amasada con el comercio de esclavos.

Poco después, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, ordenó remover la estatua de Robert Milligan, traficante de esclavos del siglo XVIII que explotaba en su hacienda jamaiquina a cientos de africanos cazados en junglas y sabanas como animales salvajes.

En Amberes cayó la estatua del rey Leopoldo II, quien hizo del Congo una propiedad personal y promovió una cruel explotación de nativos en las plantaciones de caucho. El genocidio perpetrado en sus dominios y denunciado por Gran Bretaña, hizo que el Estado le quitara a su rey la propiedad del vasto territorio que pasó a llamarse Congo belga.

Faltan por caer muchas estatuas que aún expresan el racismo en el mundo. Pero las ya derribadas muestran que el crimen racista en la principal ciudad de Minnesota evidenció otra señal de un rasgo de este tiempo: las rebeliones contra diferentes formas de supremacismo y de segregación.

El movimiento feminista avanza modificando legislaciones. La diversidad sexual salió del placar logrando ser reconocida. Por primera vez en la historia, protestas multitudinarias tumbaron un gobernante por ser homofóbico: el gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló, tuvo que renunciar por la indignación que causaron sus burlas a homosexuales, aunque las hacía en privado.

El mundo está surcado por revoluciones imperceptibles que de repente estallan. Ese rasgo de esta etapa de la historia es el que retrató Todd Phillips con su película Jocker.

El racismo lleva dos siglos perdiendo batallas. Luther King, Mahatma Gandhi y Mandela son algunos de sus imponentes vencedores. Pero en Minneapolis estalló una revolución contra el racismo en la dimensión de la cultura occidental. Lo confirma la caída de las estatuas.

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