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El dueño del poder

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¿Putin sigue gobernando porque es un déspota que gana elecciones amañadas? La respuesta es compleja. Ciertamente, ejerce un liderazgo autocrático que no encaja en los cánones liberales de democracia. También es cierto que los procesos electorales rusos tienen opacidades. Pero si se realizaran comicios con parámetros helvéticos, Putin sería el ganador. Quizá con menor diferencia, pero ganador al fin.

¿Por qué? Porque rescató la economía y el Estado del caos que había dejado Boris Yeltsin. Y porque restauró el orgullo nacionalista que habían herido los mujahidines que vencieron al Ejército Rojo en Afganistán, y después los milicianos del general Dudayev que derrotaron a las fuerzas rusas comandadas por el general Lebed, en la primera guerra del Cáucaso.

Las guerras marcan asensos y caídas en Rusia. El zarismo empezó a caer en 1905, cuando la flota del zar fue derrotada por los japoneses. Y Stalin consolidó el régimen soviético venciendo a Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

También fueron victorias militares las que dieron a Putin un poder imbatible. Con él en el Kremlin, el ejército regresó al Cáucaso y esta vez aplastó al independentismo checheno. Luego expulsó de Osetia y Abjasia al ejército de Georgia.

Si algo faltaba, era devolver a Rusia la Península de Crimea, que Jrushev había traspasado a Ucrania. Lo hizo. Entonces solo quedó restaurar el orgullo eslavo que Estados Unidos había magullado cuando venció a las fuerzas proserbias en Bosnia y al ejército serbio en Kosovo, provocando la caída del régimen de Milosevic. A ese broche de oro lo obtuvo en Siria, donde le dio a Rusia la primer victoria militar lejos de sus fronteras.

Quizá el mayor triunfo de Putin haya ocurrido en las urnas norteamericanas, convirtiendo a Trump en presidente. Pero a eso lo confirmará, o no, la investigación del fiscal Mueller. Lo indudable es que ha sido un líder eficaz y exitoso, y que ese liderazgo autocrático responde a los cánones de la cultura política forjada desde la creación de Estado por Iván el Terrible.

China es protagónica a nivel global por el poder de su economía, mientras que Rusia lo es por su poder militar y por la osadía de su presidente. Ese líder que convirtió el Kremlin en su bastión inexpugnable desde que Yeltsin lo nombró primer ministro, y que podrá perpetuar su poder alternándose en la presidencia con Dmitri Medvédev, como lo hizo tras sus dos primeros mandatos.

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