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Un desaire a Macri y a CFK

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CLAUDIO FANTINI
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La victoria en una elección no debe ser considerada una consagración, sino un desafío”, explica Santiago Kovadloff.

La reflexión de ese lúcido filósofo explica la embriaguez de triunfalismo que inicia las derivas de casi todos los gobernantes argentinos. Pero al menos en su gesto y su discurso, parece tenerlo en cuenta el exitoso gobernador cordobés.

Las palabras de Juan Schiaretti tras el escrutinio que le otorgó una victoria de dimensión histórica, pueden resumirse como la responsable asunción de un gigantesco desafío, y no como la embriagante sensación de haber sido consagrado como legítimo dueño del poder.

En las urnas de la segunda provincia más importante de Argentina, fueron derrotados tanto Mauricio Macri como Cristina Kirchner.

A nivel nacional, el arrasador triunfo del gobernador ensancha el camino para un candidato del peronismo moderado, en alianza con fuerzas progresistas de centro que tienen en común haber enfrentado a los gobiernos de la líder kirchnerista.

En la antesala de la elección, el gobernador de Córdoba había dado el paso hacia la coalición que se replicará en el escenario nacional con vistas a los comicios presidenciales de octubre: sumar en las listas que encabeza el peronismo “no kirchnerista” a dirigentes del partido GEN, de Margarita Stolbizer (una de las principales denunciantes de la corrupción “K”) y de la rama cordobesa del socialismo que gobierna la provincia de Santa Fe, cuyas administraciones padecieron el boicot permanente que le aplicó la presidencia del país cuando la ocupaba la viuda de Néstor Kirchner.

Incursionando de lleno en el “caradurismo” impresentable, dirigentes kirchneristas intentaron subirse al carro del vencedor. Pero sonaron absurdos. Los gobiernos provinciales encabezados por el fallecido José Manuel De la Sota y su socio político Schiaretti, sufrieron los castigos económicos que les impuso Cristina por no alinearse con ella.

Si la eventual candidata de la fuerza que expresa al populismo retiró la candidatura de su exponente en Córdoba, fue porque, de haberse presentado, el kirchnerismo habría quedado muy detrás de Mario Negri, el candidato de Mauricio Macri.

Está claro que el arrasador triunfo de Schiaretti fue una derrota de Cristina. Pero, al menos, pudo disimularla un poco por haber sacado al kirchnerismo de la competencia en la que habría quedado relegado al cuarto puesto.

Al presidente, en cambio, le faltó la astucia o el liderazgo para aprovechar la oportunidad que tuvo de retirar su candidato y dejar que el radicalismo cordobés, en manos del intendente Ramón Mestre, cargara en soledad con la demoledora derrota.

Cuando el alcalde de la capital se rebeló contra el deseo presidencial de que la UCR se encolumne tras la candidatura de Mario Negri, le regaló a Macri y a la cúpula de Cambiemos un buen argumento para justificar un paso al costado en esa elección con resultado cantado a favor del peronismo.

Sin candidato propio en competencia, la arrasadora victoria de Schiaretti habría impactado menos contra sus chances de ser reelegido presidente. Al fin de cuentas, el gobernador cordobés es un amigo de Macri que, en los últimos tres años, recibió mucho más respaldo económico del gobierno nacional que los recibidos de los tres gobiernos kirchneristas.

De hecho, la concepción económica de Juan Schiaretti está muy cerca de la que representa el actual mandatario y remotamente lejos del modelo populista que reivindica la ex presidenta.

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