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La derrota multiplicada

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CLAUDIO FANTINI
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Finalmente, llegó el día que no tenía que llegar. Hizo todo para evitar que amaneciera la jornada inexorable, en la que los electores consagraron la victoria de su rival.

Una legión de abogados buceó actas y escrutinios tratando de encontrar las pruebas del “fraude masivo” que denunció el magnate neoyorquino. Pero lo único que lograron fue quedar en ridículo.

Más que la victoria de Joe Biden, el Colegio Electoral declaró la derrota de Donald Trump. Eso es lo más perturbador para quien, como él, divide la especie humana en ganadores y perdedores. Nada es rescatable en la derrota. Sólo expresa debilidad. Para Trump, los perdedores sólo merecen desprecio. Incluso los combatientes capturados por enemigo. Aunque hayan resistido heroicamente, como John McCain en un campo de concentración. Si lo capturó el vietcong, entonces perdió, y si perdió, es débil y despreciable.

Nadie se había atrevido a semejante razonamiento. Trump lo hizo. Y cuando también a él le llegó lo que considera un certificado de fracaso y debilidad, su reacción fue negar la realidad. Para Donald John Trump, esa realidad visible y contundente, sencillamente no existe. Él no perdió. Lo que se impuso fue “el fraude”.

La realidad lo muestra negando lo evidente. En los hechos, lo único que logró Trump denunciando una confabulación del establishment y de “los comunistas” fue multiplicar su derrota. Además de haber sido vencido en el voto directo de los ciudadanos y en el voto de los electores, Trump fue derrotado en todos los tribunales estaduales donde buscó revertir con denuncias el resultado en las urnas.

Finalmente, fue vencido en la Corte Suprema de los Estados Unidos, a pesar de que acababa de consolidar una desequilibrante mayoría ultraconservadora con el nombramiento de Coney Barrett en el asiento que dejó vacante la muerte de la jueza progresista Bader Ginsburg.

A esa altura, a través del gobierno de Texas, cuyo vice gobernador, Dan Patrick, llegó a ofrecer una fortuna a repartir entre quienes aportaran en todo el país pruebas que permitieran denunciar fraude, se buscaba la anulación del voto popular mediante un artilugio para que los Estados donde perdió, en lugar de enviar a los electores, envíe al Colegio Electoral personas elegidas por las legislaturas locales con mayoría republicana.

Trump intentó quedarse con la presidencia a pesar de haber perdido la elección, articulando un mecanismo como el que se aplicó en 1876 en los comicios más polémicos de la historia, cuando Rutherford Hayes se quedó con la presidencia tras haber sido derrotado en el voto de los ciudadanos y en el Colegio Electoral por Samuel Tilden.

A esa altura el espectáculo ya era bochornoso. A la suma de derrotas en urnas, votaciones y tribunales, se agregaba la imagen de un perdedor sin dignidad para admitir la derrota y felicitar al vencedor. No obstante, para decenas de millones de norteamericanos la realidad visible importa menos que la emoción. Y Trump logró activar las emociones de sectores recalcitrantes de la sociedad que se sintieron justificados y reivindicados en sus posiciones y fobias más despreciables. También los millones que ven al establishment político como una casta de hipócritas que sólo sabe sonreír y embaucar a los ciudadanos, además de quienes detestan a las elites intelectuales y demás exponentes del ámbito cultural.

Una multitud inmensa que, como ocurre en otras partes del mundo con liderazgos disruptivos de izquierdas y derechas, prescinden de la realidad visible para tomar como real sólo aquello que se condiga con sus propias convicciones.

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