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Derivas y naufragios

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CLAUDIO FANTINI
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Con todo el peso de sus condecoraciones y el prestigio que ganó diseñando la “Tormenta del Desierto” que barrió Kuwait de invasores iraquíes, el general Colin Powell le bajó el pulgar a Trump.

El consejero de Seguridad de Reagan, jefe del Estado Mayor Conjunto de Bush padre y secretario de Estado de Bush hijo, lleva tres elecciones votando a demócratas (Obama y Hillary Clinton), pero es un conservador que pudo ser presidente por el Partido Republicano y desistió de la postulación.

Nació en Harlem, creció en el Bronx y eso tanto como el color de su piel explica por qué también Powell considera que Trump irradia con sus palabras, gestos y actos el desprecio racial que océanos de gente está repudiando en Estados Unidos y en el resto del mundo.

Muchos militares norteamericanos piensan igual y lo están expresando a través de generales con peso y prestigio.

La Ley de Insurrección de 1807 autoriza desplegar el ejército contra convulsiones internas.

La utilizaron Abraham Lincoln en el siglo XIX, Eisenhower en 1957 en Arkansas, cuando el gobierno estadual se resistía a levantar la segregación racial en las escuelas, y Kennedy en Alabama, cuando la autoridad local defendía la discriminación en las universidades públicas.

En las dos ocasiones se recurrió al ejército para imponer una legislación contraria al racismo. Y en 1991 el presidente George H. W. Bush lo desplegó frente a la ola de violentos disturbios que había detonado la golpiza policial a Rodney King en Los Angeles. Pero al intentarlo Trump contra la ola de protestas que causó el crimen racista en Minneapolis, encontró un muro militar cerrándole el paso.

El general Mark Miller, jefe del Estado Mayor Conjunto, les recordó al presidente y a los jefes militares que las protestas son un derecho garantizado por la Constitución. En términos similares se expresó Mark Esper, nada menos que el jefe del Pentágono. Más lapidario aún fue el pronunciamiento del prestigioso general Jim Mattis, secretario de Defensa hasta que en el 2018 renunció al cargo por rechazar la retirada de las fuerzas destacadas en Sirias, ordenada por Trump traicionando a los mejores aliados de los norteamericanos en ese conflicto: los kurdos. Mattis explicó que todos los presidentes se esforzaron por unir a los estadounidenses, mientras que Trump trabaja para dividirlos.

Muchos generales piensan que, además de dividir y enfrentar entre sí a los norteamericanos, Trump ha trabajado desde el inicio de su mandato para debilitar a la OTAN y dividir a los aliados, facilitando la expansión de Rusia con la anexión de Crimea y la guerra en la región ucraniana del Donbáss.

Por ser tan visible su apoyo a las dirigencias europeas opuestas al proceso de integración, la UE comenzó a distanciarse y a buscar un mayor vínculo económico con China, a pesar de la responsabilidad del autoritario régimen del PCCh en la globalización del virus. Y en las calles de Londres, Bristol y otras ciudades inglesas un océano de gente protesta contra el racismo y contra el líder extranjero que más injerencia tuvo a favor del Brexit. Trump apoyó a su principal impulsor, Nigel Farage; denostó al alcalde de la capital británica, Sadiq Khan, y atacó a Theresa May por sus intentos de Brexit blando hasta que le dejó los recintos de Downing Street al “brexisteer duro” Boris Johnson.

Por eso Europa empezó a tomar distancia del presidente que está naufragando en el mar de la pandemia y también en la ola antirracista que se levantó cuando la rodilla criminal de un policía aplastó el cuello de George Floyd contra el asfalto.

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