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Defender lo indefendible

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claudio fantini
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El respaldo que ciertas izquierdas de la región y el mundo dan al régimen venezolano, no sólo revela cultura autoritaria; también prueba negligencia.

Apoyar a una dictadura calamitosa por razones ideológicas explica cabalmente lo que quiso decir Ortega y Gasset al afirmar, en un prólogo de La Rebelión de las Masas, que “ser de izquierda, como ser de derecha, es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

Autócratas conservadores como Putin y Erdogán, la reaccionaria teocracia persa, el capitalismo autoritario chino y los gobiernos caribeños que reciben petróleo subsidiado, apoyan a Maduro por conveniencias económicas o geopolíticas y, en ambos casos, aunque reprochable, hay fundamento lógico. También es lógico, aunque despreciable, el apoyo de las dirigencias que recibieron de Caracas financiamiento, prebendas o la posibilidad de hacer suculentos negocios gracias a la política que inició Chávez para comprar lealtades foráneas.

Las autocracias que se están apropiando de Venezuela merced a la ineptitud del régimen, no tienen que pagar precios políticos por apoyarlo. Sí tienen, y lo pagan con resignación, las dirigencias que recibieron financiamiento, prebendas o espacio para oscuros negociados.

Pero también están las izquierdas que apoyan a Maduro sin tener razones inconfesables. Para esos casos hay dos posibles explicaciones: una, es la “imbecilidad” aludida por el filósofo español. La otra, tiene que ver con la significación que Jean-Francois Revel le daba al concepto “hemiplejía moral”. El pensador francés acusaba al izquierdismo ideológico de juzgar a dirigencias y regímenes, no por los hechos sino por la posición política. Desde ese enfoque, masacrar, censurar, robar, torturar o tener presos políticos no son hechos malos en sí mismos, sino dependiendo del signo ideológico del poder que los comete.

Como el poder imperante en Venezuela tiene discurso y simbología izquierdista, hay izquierdas que lo apoyan a pesar de su criminal represión, sus cárceles colmadas de disidentes, la destrucción de PDVSA, la falta de alimentos y medicamentos, el colapso del sistema energético, la debacle del sistema médico y las demás tragedias humanitarias que causaron la diáspora más grande de la historia americana.

Algunos de los que están obligados a devolverle favores al régimen, eluden defenderlo abiertamente. Sólo dicen que Maduro es un presidente legítimo y que sacarlo por la fuerza o adelantando elecciones, implica golpe de Estado. Habría que preguntarles si están de acuerdo con las proscripciones, porque para los comicios del 2018 se proscribió a la coalición opositora y a sus principales figuras, además de la larga lista de trapisondas que invalidan cualquier legitimidad que quiera darse a Maduro.

También está a la vista que, ni bien la oposición fue mayoría en el Congreso, se anuló institucionalmente al poder legislativo. Fujimori hizo algo similar y la región le aplicó un cerco diplomático hasta que restituyó al poder legislativo.

Si hubiera honestidad intelectual en muchos de los defensores ideológicos del régimen, llamarían las cosas por su nombre: llevándose el petróleo gratis, no sólo para consumo local sino también para exportarlo en su propio beneficio, lo que Cuba hace con Venezuela es colonialismo extractivo. Para asegurar su continuidad, La Habana maneja los servicios de inteligencia y el ejército de Venezuela.

Es válido y legítimo oponerse a una acción militar externa. Pero rechazar un ataque norteamericano es una cosa, y defender a un régimen forajido que entregó el país a mafias y potencias, es otra muy distinta.

La defensa de ciertas izquierdas solo puede explicarse por el defecto moral que describió Revel, o por ese izquierdismo que Ortega y Gasset consideró una de las formas que el hombre tiene para “elegir ser un imbécil”.

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