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Cuna y campo de batalla

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CLAUDIO FANTINI
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La masacre en la prisión de Altamira, en el norteño Estado de Pará, tuvo en la prensa de la región menor repercusión de la que normalmente tiene un hecho de violencia con más de medio centenar de muertes, entre las cuales 16 fueron por decapitación.

La razón de la indiferencia es aún más escalofriante: la región ha comenzado a naturalizar las sangrías carcelarias en Brasil, porque desde hace décadas se producen con similar asiduidad que las matanzas perpetradas por psicópatas en escuelas, universidades o centros comerciales de los Estados Unidos.

Que 16 de las víctimas hayan sido decapitadas es la señal inequívoca del narcotráfico. En las prisiones, las bandas narcos protagonizan verdaderos combates medievales, por la alevosía con la que se torturan y se matan.

Hace dos meses, en tres prisiones de Manaos los enfrentamientos sumaron más de medio centenar de muertos, muchos por ahorcamiento y otros apuñalados con cepillos de dientes que habían sido afilados hasta convertirse en dagas.

Sucede que las cárceles son la incubadora donde nacen las bandas narcos y también los campos de batalla donde se desangran en sus feroces batallas.

El poderoso Comando Vermelho nació en la cárcel insular que está frente a Río de Janeiro. Surgió con la intención inicial de defender a los presos políticos del régimen militar, luego sumó a los presos comunes violentos para organizar una insurgencia armada, pero terminó convirtiéndose en una mafia narcotraficante que reinó en las principales favelas cariocas.

También nació en una cárcel, la de Taubaté, en Sao Paulo, el Primer Comando de la Capital (PCC), el otro gran cartel del narcotráfico brasileño. La razón inicial de los presos que lo formaron fue armarse para poder defenderse de una embestida como la que el coronel Ubiratan Guimaraes había lanzado poco antes contra los convictos amotinados en otra prisión paulista, Carandiru, dejando 111 muertos en lo que se considera la peor violación de Derechos Humanos cometida en Brasil.

Los presos que se armaron en Taubaté para poder defenderse de sanguinarios como el coronel Guimaraes, terminaron creando otra poderosa mafia narcotraficante.

El PCC y el Comando Vermelho protagonizaron entre sí muchos de los choques que ensangrentaron prisiones brasileñas. Desde comienzos de la década pasada, las cárceles han sido dantescos campos de batalla. Sobre todo en el Estado de Roraima y en Manaos, la capital del Estado de Amazonas.

La última sangría carcelaria fue la consecuencia de un choque entre el Comando Vermelho y el Comando Clase A, banda de menor tamaño que actuaría como subsidiaria del PCC.

Que las cárceles sean la cuna y el campo de batalla de las mafias de la droga, implica que el narcotráfico ha convertido la prisión en su cuartel general.

Como símbolo de ese rasgo del poder narco, está la lujosa y confortable prisión que hizo construir Pablo Escobar para su propia reclusión. Estaba en Envigado, muy cerca de Medellín. Pero hay mayor precisión si se la sitúa en la frontera entre la realidad y el absurdo.

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