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"Cristinización" de Alberto

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claudio fantini
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Alberto Fernández y el kirchnerismo mienten cuando afirman que la oposición quiere dividir al gobierno y enfrentar al presidente con la vicepresidenta.

La oposición más dura, o sea el macrismo, quiere exactamente lo contrario: que Alberto y Cristina sean exactamente lo mismo y demuestran serlo todo el tiempo y en todas las circunstancias. Que el presidente y su vice se enfrenten duramente desarmaría el discurso macrista, que siempre describió al mandatario como una marioneta de su mentora.

El problema de Alberto Fernández no es que la oposición quiera enfrentarlo con la facción kirchnerista de su gobierno, sino que esa facción está avanzando vorazmente sobre la estructura del Estado, desplazando a los moderados del control de resortes claves del poder y obligando al “albertismo” a autonegarse, justo cuando estaba empezando a existir. La facción liderada por Cristina también le está imponiendo al presidente su propia visión de la cuarentena. Y esa visión implica uno de los dos extremos inútiles que se están enfrentando en el escenario de la pandemia.

Los combatientes vietcong que estaban junto a un río o una laguna cuando caían bombas de napalm, saltaban al agua para sumergirse. Pero salvarse de morir quemados podía implicar morir ahogados.

Ocurre algo similar con la pandemia. El coronavirus es el napalm y la cuarentena el río donde sumergirse salva hasta que ahoga. No se puede atacar la cuarentena como si en la superficie no hubiera aire ardiente, y tampoco se la puede prolongar más allá de la capacidad pulmonar.

El desafío que impone la pandemia es más complejo que lo planteado por las posturas politizadas.

En Argentina, los hay en la oposición y en el oficialismo. Ambos casos muestran adicción al odio político. Y en el campo oficialista muestran, además, el gen hegemónico y excluyente que comenzó a gestarse con Néstor Kirchner y alcanzó su oscuro esplendor con Cristina Fernández.

Axel Kicillof mostró ese gen atacando a su antecesora en la gobernación, María Eugenia Vidal. También lo evidenció al atacar a Horacio Rodríguez Larreta. La absurda pretensión de explicar el desastre bonaerense culpando a los cuatro años de Vidal y no a las largas décadas de gobiernos peronistas, así como la manganeta de culpar a la Ciudad Autónoma de la ola de contagios en la provincia, dejan a la vista ideologismos y especulación política que contaminan la política argentina.

Tampoco pudo contener sus tóxicos ideologismos Gabriel Mariotto. El exvicegobernador dijo que “si Alberto (Fernández) no hubiera sido moderado no ganábamos”, pero reivindicó la contracara de la moderación y propuso medidas que implican radicalización.

Fue como admitir que Alberto Fernández es el caballo de Troya que utilizó el kirchnerismo para atravesar un muro de votos que le resultaba infranqueable, y que ahora, logrado el objetivo, es necesario salir del vientre de madera y adueñarse de la ciudad infiltrada.

Al presidente lo están corriendo por izquierda. Cristina ya se apoderó de resortes claves del poder, acotando el margen de maniobra del peronismo no kirchnerista y de la moderación. Alberto Fernández cede ante esa presión cuando proclama que la cuarentena va a durar “todo lo que tenga que durar”. Él sabe que Cristina, su hijo Máximo y los ideólogos que los rodean apuestan a que las empresas se ahoguen en la inmersión inmóvil que implica la cuarentena vigente, dejando sus acciones y la subsistencia de sus empleados en manos de un Estado políticamente colonizado.

Si había alguna duda, la disipó de manera explícita la diputada Fernanda Vallejo. Alberto Fernández no quiere esa colonización ni cree en ella. Por eso resultaba adecuado como camuflaje de moderación. Pero también bajo presión de la facción kirchnerista del gobierno, el presidente hizo que se dejara de hablar de “albertismo”, término que surgió cuando la popularidad del mandatario comenzó a crecer superando a la de Cristina.

Deberá en algún momento admitir que su problema no es que desde la oposición lo quieran enfrentar con su vicepresidenta. Al contrario, los voceros del macrismo quieren mostrarlo consustanciado con ella. Si finalmente Alberto acepta ser lo mismo que Cristina y usar la cuarentena para estatizar empresas privadas, se asumiría como caballo de Troya.

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