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Cristina Kirchner en escenario ajeno

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CLAUDIO FANTINI
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Los liderazgos tienen distintas naturalezas. Hay líderes de la confrontación y líderes de la gestión. Los primeros pueden alcanzar gran notoriedad, pero los segundos resultan imprescindibles en instancias cruciales.

Los líderes de naturaleza confrontativa tienden a poseer talento escénico y capacidad para movilizar a una parte de la sociedad contra un enemigo interno o externo. Pero naufragan ante acontecimientos en los que el enemigo a enfrentar es una situación objetiva, un peligro aideológico, un enemigo que carece de maldad y de intencionalidad.

En esos escenarios, crece el liderazgo de gestión. Aquel que puede conducir sin poses épicas. Esos líderes normalmente carecen de talento escénico, pero están dotados de la sobriedad y la razonabilidad que les permite abordar las situaciones objetivas sin actuaciones divisivas ni poses impostadas.

Los liderazgos de gestión pueden administrar las crisis de manera equilibrada y eficaz, sumando cooperación de todos los sectores. Algo que no pueden hacer los liderazgos con naturaleza confrontativa.

Las encuestas muestran que Alberto Fernández creció en el respaldo de la sociedad muy por encima de Cristina Kirchner, cuyo respaldo popular decreció. Esto ocurre porque al inicio de su presidencia le tocó una situación objetiva. Bajo ataque masivo de un enemigo que carece de intencionalidad (el virus), la líder del kirchnerismo naufraga. En el escenario de la pandemia su talento escénico no sirve, porque lo que ella sabe escenificar son épicas batallas contra enemigos conscientes: los “medios hegemónicos”, el capital concentrado, los fondos buitre, el FMI, etcétera.

Por eso desde que el COVID-19 irrumpió en Argentina, la vicepresidenta se refugió en un segundo plano, que facilitó al presidente su labor. Cristina solo apareció en ocasiones en las que es posible presentar las medidas que se toman como armas para batallar contra enemigos poderosos.

Una oportunidad que la vicepresidenta no desaprovechó fue la presentación por el ministro de Economía Martín Guzmán de un plan de pago a los bonistas de la deuda que incluye un fuertísimo recorte y una moratoria de tres años.

El otro escenario que eligió para mostrarse está aún más hecho a su medida: la creación de un impuesto a las grandes fortunas.

Todo lo demás, que es nada menos que la administración cotidiana de la pandemia, se lo deja al presidente. Esas labores no resultan excitantes para su militancia más fanatizada. Si el enemigo es poderoso pero no actúa conscientemente, no sirve para alimentar los liderazgos ideológicos, que son liderazgos de naturaleza confrontativa. Y esos liderazgos tampoco sirven para afrontar con éxito ese tipo de desafíos.

No importa de qué ideología sea. Todo liderazgo ideológico es controntativo y si no confronta, queda desenfocado y entra en cortocircuito. En la vereda derechista lo están mostrando Trump y Bolsonaro.

Lejos de los niveles de negligencia y patetismo alcanzados por el presidente brasileño, la vicepresidenta argentina sencillamente se recluye de manera discreta en un segundo plano imperceptible, para aparecer en escena solo cuando se trata de presentar medidas que apunten a supuestos enemigos como apuntan las armas en los campos de batalla.

El resto, o sea la ardua tarea de organizar cuarentenas y políticas sanitarias para la excepcionalidad imperante, así como la de comunicar medidas y estadísticas sin épica ideológica, se lo deja al presidente. Y en buena hora.

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