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La ciénaga Fujimori

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Claudio Fantini
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Debió caer en el juicio político que, de manera arbitraria, le impuso la oposición meses atrás.

Si en esa ocasión, en lugar de canjear los votos para seguir en el poder a cambio del indulto del expresidente Alberto Fujimori, hubiera dejado que el fujimorismo lo destituyera, Pedro Pablo Kuczynski aún tendría posibilidad de sobrevida política en Perú.

Lo que hizo al negociar con el hijo del dictador, es entregar su honra a cambio de nada. Suicidó su imagen por tratar con intratables. Nada es confiable en la familia Fujimori. Por eso fue una pelea entre los hijos del déspota, lo que terminó hundiendo la presidencia de un hombre lúcido, que hizo un aporte significativo para el despegue económico de Perú desde el gobierno de Alejandro Toledo.

En su imagen pública, el caso Odebrecht es una salpicadura al lado de las manchas que le dejó pactar con Kenji Fujimori: primero lo manchó indultar a un condenado por crímenes de lesa humanidad, a cambio de seguir en el poder. Y a renglón seguido, debido a que la rencorosa Keiko, aún estando también salpicada por Odebrecht, se obstinó en destituirlo, a PPK lo manchó el intento de comprar votos con dinero y obra pública.

Keiko mostró las pruebas del negociado entre su propio hermano y el presidente, hundiéndolos a ambos.

La traición es un rasgo familiar. A la campaña que llevó a Fujimori desde el decanato de una Facultad de Agronomía a la presidencia, la había financiado su esposa, Susana Higuchi. Pero a poco de conquistar el poder venciendo en las urnas nada menos que a Vargas Llosa, Fujimori la hizo echar de la residencia presidencial y luego la hizo detener y torturar para silenciar las denuncias que quería hacerle.

De ahí en más, Fujimori encarnó la eficacia sin escrúpulos. Terminó con el caos económico que había dejado el izquierdismo delirante del primer gobierno aprista, pero se cobró ese logro cerrando el Congreso y montando un esquema de sobornos y enriquecimiento ilícito. Derrotó a Sendero Luminoso y apresó a su líder, Abimael Guzmán, pero en una exhibición circense lo mostró enjaulado y con traje a rayas, aprovechando además ese momento para convertir los aparatos de inteligencia del Estado en instrumentos de extorsión a opositores, empresarios y medios de comunicación.

Después liberó los rehenes atrapados por comandos del MRTA en la residencia del embajador japonés, pero se hizo fotografiar como el cazador con su presa junto al cadáver acribillado del comandante guerrillero Néstor Cerpa Cartolini.

En lo único que no fue eficaz el inescrupuloso autócrata, fue en el fraude con que procuró revertir su derrota frente a Alejandro Toledo. Fue tan burda la trampa, que terminó huyendo y renunciando desde Japón.

La cadena perpetua a Fujimori no acabó con la tiniebla en la que deambula errática la política peruana. Fujimori se convirtió en un maleficio que terminó enfrentando a sus dos hijos y derribando a un presidente que, como ministro de Economía y luego como primer ministro, había creado la pista del despegue económico peruano.

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