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China, con protestas y reflejos totalitarios

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Claudio Fantini
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Aquellas escenas que parecían de una distopía cinematográfica, fueron reveladoras. Hombres con escafandras y totalmente cubiertos por trajes que parecían de astronautas, sacaban a las personas de sus autos o de sus casas y las llevaban por la fuerza a herméticos sitios de confinamiento.

Con esas extrañas y aterradoras imágenes que provenían de China, el mundo se enteraba que había comenzado la primera pandemia global de la historia. Un escalofrío recorría el orbe. Las cuarentenas se aplicaron en muchos países. Pero las de China mostraban un rigor que parecía ir más allá de la pandemia. Parecía el ensayo general del control totalitario sobre la población. Y quizá, lo era.

Al menos así lo sienten las multitudes que se vuelcan a las calles a protestar contra la nueva oleada de confinamientos. Las diez muertes en un edificio que se incendió en Xinjiang detonaron las manifestaciones en esa región particularmente azotada por la represión del régimen. Es la tierra de los uigures, la etnia musulmana a la que Xi Jinping impuso “campos de reeducación” para asimilarlos a la cultura de la mayoritaria etnia han y diluir las ansias separatistas.

Pero las protestas no se quedaron en Xinjiang. Pronto hubo multitudes en las calles de Wuhan, Nanjíng, Shanghái, Guangzhou, Xi’an, Chengdu y Pekín.

En la medida en que las manifestaciones se sostienen en esas ciudades a pesar de la represión, se van replicando en otras ciudades y cruzan líneas rojas exigiendo, por ejemplo, la renuncia de Xi Jinping, crece sobre ellas la sombra de la masacre de Tiananmén.

En 1989, un gobierno en el que había moderados pro-democracia, como Zhao Ziyang, y un líder máximo que había sido víctima de la “revolución cultural”, Deng Xiaoping, permitió a Li Peng, el duro ministro del Interior, enviar los tanques al espacio más significativo de Pekín: la Plaza de la Paz Celestial.

Así fue aplastada la ola de protestas que reclamaba apertura política y denunciaba el autoritarismo del Partido Comunista Chino (PCCh). Las masacres no sólo ocurrieron en Tiananmén sino en muchos rincones de Pekín y de otras ciudades, donde los campus universitarios y sus residencias estudiantiles fueron asaltados por el ejército.

Si se siguen multiplicando las voces que exigen renunciar al todopoderoso Xi Jinping, mientras desafían los confinamientos en las calles, es posible que se produzca un nuevo Tiananmén.

El presidente chino acaba de hacerse coronar por el XX Congreso del PCCh como un líder con poderes similares a los que tuvo Mao Tse-tung. Exhibió ese poder con obscena brutalidad al hacer sacar por la fuerza del Gran Salón del Pueblo al ex presidente Hu Jintao. Y es difícil imaginarlo dejando crecer las manifestaciones de protesta.

Nunca se supo a ciencia cierta la cantidad de muertes y desapariciones que tuvo como saldo la Masacre de Tiananmén. Lo mismo ocurriría ahora, si el implacable Xi siente que su poder peligra.

El rebrote de la pandemia se está dando en muchos países. Pero en China, la sensación que genera la sobredosis de confinamiento que implica la política de “Covid cero” planteada por el gobierno, es que se trata de una excusa para acostumbrar a la sociedad a estar bajo el más estricto control por parte del Estado.

Salvo que la confianza en las vacunas chinas sea nula o que los laboratorios chinos hayan descubierto en los nuevos brotes un peligro del que no está informando al mundo, los confinamientos que está imponiendo Xi Jinping parecen parte de su construcción de poder hegemónico.

La violación de los acuerdos que enmarcaron el traspaso de soberanía de Hong Kong; las medidas de control sobre las multinacionales y otras grandes empresas; el derribo del límite de dos mandatos de cinco años y el espíritu totalitario que anima las políticas anti-pandemia justifican temer que Xi Jinping esté intentando el regreso al control total sobre la sociedad que existía antes de la llegada de Deng Xiaoping y el comienzo de las reformas.

Los confinamientos que paralizan ciudades y las medidas adoptadas sobre las grandes empresas, parecen ser parte de la explicación de la debilidad que va entumeciendo la economía. La caída del crecimiento económico incrementa el descontento social y las protestas contra los confinamientos crecen y se multiplican.

El peligro es que Xi Jinping, en lugar de actuar sobre las causas, descargue su furia sobre las consecuencias. Y el gobierno que produjo las escenas distópicas del comienzo de la pandemia, perpetre ahora otra ola represiva como la masacre de Tiananmén.

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