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La carta ganadora

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CLAUDIO FANTINI
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El resultado conjuró graves peligros. Bolivia llegó a las urnas caminando por la cornisa de nuevas crisis institucionales, con riesgos de violencia política. Para que la transición pueda darse en calma y armonía, era imprescindible, como primer paso, que el resultado no dejara dudas.

Debía ser claro y contundente, o bien produciendo un ballotage o bien la consagración del ganador en la primera vuelta. Si las cifras resultaban difusas y por ende discutibles, el fantasma de la crisis institucional y la violencia política rondaría Bolivia.

Finalmente, el resultado fue contundente; incluso más de lo que podía preverse. No hubo sorpresa en que el más votado fuese Luis Arce, pero sí que superara cómodamente el 50 por ciento y también que obtuviera una ventaja de más de veinte puntos sobre el segundo: Carlos Mesa.

La elección confirmó dos cosas que estaban a la vista. Por un lado, el acierto del MAS al designar a su candidato y, por el otro, la consecuencia de actitudes miserables de buena parte de la dirigencia opuesta a Evo Morales.

Luís Alberto Arce era el mejor candidato porque fue el artífice del músculo más poderoso de los gobiernos del MAS: la economía. Como ministro de esa área, logró un crecimiento económico vigoroso y sostenido. También logró estabilidad y generó confianza de inversores incluso en el área de los hidrocarburos, donde aplicó nacionalizaciones que vaticinaban una fuga de inversiones y una ola de juicios.

Para enfrentar al economista, la vereda opuesta no tenía más alternativa que unificar los esfuerzos en un solo candidato. Las encuestas mostraban desde hace varias semanas que la candidatura de Luis Fernando Camacho lo único que podía lograr era restar fuerzas al candidato mejor posicionado, que siempre fue Carlos Mesa.

Las renuncias de la conservadora Jeanine Añez y del ex presidente banzerista Jorge Quiroga a sus respectivas postulaciones, no cambiaba demasiado el panorama porque nunca superaron el rango de testimonial. Pero los 13 o 14 puntos que las encuestas le daban a Camacho, situaban a ese dirigente ultraconservador cruceño como una probable causa de que Mesa no pudiese entrar al ballotage. Persistiendo con su candidatura, lo único que podía conseguir el hombre que había generado desde Santa Cruz la ola de violencia que provocó la caída de Evo Morales, era posibilitar la victoria en primera vuelta de la fuerza política a la que había derribado tras la fallida elección anterior. Pero Camacho se aferró a la candidatura.

A la luz del resultado, su paso al costado quizá no habría posibilitado otro desenlace. Pero lo evidente es que dilapidó energías que debían concentrarse en la candidatura de Mesa.

Bolivia está partida en dos y una de esas facciones está, a su vez, fragmentada en muchos liderazgos inconducentes. Difícilmente consiga transmitir confianza el bloque resquebrajado por líderes de posiciones radicalizadas y mezquindades que resultan políticamente suicidas.

En esa vereda devastada por este nuevo fracaso, algunos describirán a Luis Arce como un presidente títere de Evo Morales y de su ideólogo, Alvaro García Linera. Pero, en principio, el presidente electo tiene demasiado peso propio para ser un testaferro político.

¿Puede entonces avecinarse un choque como el que sacude a Ecuador entre Lenin Moreno y su mentor, Rafael Correa?

Es muy difícil que eso ocurra porque, a diferencia del presidente ecuatoriano, Arce construyó el prestigio que lo convirtió en el mejor candidato posible del MAS. Por cierto, no habría sido candidato si Evo Morales lo hubiera rechazado. Pero Evo Morales no habría ganado las reelecciones que ganó si no fuera por los logros económicos y sociales que su ministro de Economía posibilitó.

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