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La caída del halcón

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CLAUDIO FANTINI
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Era un guerrero en un gobierno que no quiere guerras. Por eso John Bolton chocó contra Donald Trump hasta quedar afuera.

En definitiva, para el presidente norteamericano posar de halcón es sólo una estrategia destinada a forzar negociaciones imponiendo condiciones. A los conflictos bélicos los considera pantanos que es necesario evitar a toda costa, o de los que hay que salir cuando se está en ellos.

Trump no es un belicista, sino un simulador de belicismo. Nombró a Bolton y a Elliott Abrams, no para seguir sus consejos, sino para dar credibilidad a las simulaciones con las que pretende amedrentar para lograr negociaciones en condiciones favorables.

El pasado de ambos servía a ese fin. Bolton fue el ideólogo de la invasión a Irak y de la supuesta existencia de arsenales de destrucción masiva como excusa para declarar la guerra a Saddam Hussein. Y Abrams tuvo mucho que ver con la invasión a Panamá que lanzó Bush padre, a pesar de que estaba manchado por el “Irán-contras,” manganeta ilegal que sacudió al gobierno de Ronald Reagan.

El problema es que el consejero de Seguridad Nacional no entendió cabalmente el rol que le asignaba su jefe. Por eso chocó con él por la pasividad de la Casa Blanca frente a la anexión rusa de Crimea y la falta de respaldo a Ucrania en su esfuerzo por no perder Donetsk y Lugansk. También se opuso a los encuentros de Trump con Kim Jong Un, así como a los elogios y gestos de amistad dispensados al amenazante líder norcoreano.

En esos puntos, el sentido común geoestratégico y político parece darle la razón. No tanto en su consejo, rechazado por el presidente, de atacar a Irán como respuesta al derribo de un dron norteamericano por el fuego antiaéreo iraní en el Estrecho de Ormuz.

En lo que pocos norteamericanos le discutirían la razón es en su rechazo total a la reunión con el liderazgo talibán que el presidente intentó hacer en Camp David, desistiendo a último momento por un atentado en Kabul.

Tanto por dejar de lado al gobierno afgano como por la cercanía del encuentro con la conmemoración del 11-S, se trataba de una pésima idea del presidente. Pero Bolton ya cargaba con fracasos que habían debilitado su posición.

El más grave fue el fallido golpe que organizó contra Nicolás Maduro. Bolton y Abrams habían negociado en secreto con el general Padrino López para que saque del poder al presidente y a Diosdado Cabello, pero un cisne negro hizo que el ministro de Defensa del régimen diera marcha atrás a último momento.

La jugada sólo logró que Leopoldo López saliera de la prisión domiciliaria y que cayera el titular del SEBIN, que era uno de los conjurados. Pero la conspiración falló y Bolton empeoró todo al decir que la culpa del fracaso era de Padrino López y de los demás altos mandos que habían faltado a lo acordado con él.

Que haya rebelado qué miembros de la casta militar chavista habían aceptado conspirar contra el régimen, cumpliendo un acuerdo con Washington, resulta tan descabellado que sólo puede entenderse como gesto desesperado de quién quedaba debilitado por el fracaso del plan.

Posiblemente, lo que más lamenta John Boton es haber quedado fuera justo cuando merodea la posibilidad de pasar de las amenazas a la acción militar contra el régimen venezolano.

En los últimos días ha crecido el riesgo de una guerra entre Colombia y Venezuela. Si eso ocurre, ni la aversión que Trump tiene a involucrarse en conflictos bélicos reales impediría que Estados Unidos se sume a los ataques colombianos para asegurar la derrota del aparato militar que sostiene a Maduro.

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