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Bukele patea otro tablero

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CLAUDIO FANTINI
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Pasó de la izquierda radical a la derecha dura sin ruborizarse ni dar explicaciones. En realidad, Nayib Bukele es ideológicamente inclasificable.

En todo caso, calza a la perfección en el molde populista de los gobernantes que, por izquierda o por derecha, se sitúan por encima de las leyes y embisten contra las instituciones que imponen límites a la acumulación de poder.

En la presidencia, primero amenazó al Poder Legislativo entrando al hemiciclo del Congreso rodeado de efectivos militares fuertemente armados, y ahora sometió al Poder Judicial mediante la destitución de los jueces de la Sala Constitucional de la Suprema Corte de Justicia.

La oposición y organizaciones internacionales como Human Rights Watch gritaron “golpe de Estado”. La OEA criticó las destituciones, quedando obligada a ejercer el máximo de presión, incluso a sobreactuarla, porque es lo que hace con la dictadura de Nicolás Maduro y con el despotismo de Daniel Ortega.

La Constitución salvadoreña establece en el artículo 186 que el Congreso puede destituir jueces si la medida cuenta con dos tercios de los diputados. Pero en este caso no existen “las causas específicas previamente establecidas por la Ley” que justifican semejante paso. Y Bukele ni se esforzó por ofrecer argumentaciones elaboradas a Estados Unidos y la Unión Europea, cuyas autoridades le comunicaron que observan con gran preocupación su deriva autoritaria.

Como toda explicación, el presidente les dijo que está “limpiando la casa” y que ellos no deben meter sus narices en el asunto.

Las verdaderas “causas específicas” que llevó al joven líder salvadoreño a embestir contra el Poder Judicial, es que los jueces de la Sala de lo Constitucional habían señalado sus excesos represivos contra quienes violaban medidas de distanciamiento social impuestas para contener la pandemia.

No era la primera vez. El gobierno de Bukele también cometió excesos en su guerra contra las maras. Como Alberto Fujimori en 1992, cuando cerró el Congreso y clausuró la corte suprema de Perú. La diferencia es que Bukele se valió del Congreso, después de abducirlo.

Con energía y falta de inhibiciones que recuerdan a Hugo Chávez derribando límites institucionales y aplastando todo lo que se cruzara en el camino hacia la acumulación de poder, Bukele comenzó su trayecto político situado en las antípodas de lo que hoy representa.

Llegó a las alcaldías de Nuevo Cuscatlán y San Salvador en alianzas encabezadas por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN). Pero llegó a la presidencia como candidato de una coalición centrista y a renglón seguido se convirtió en exponente de la derecha dura. Fue un alcalde eficaz, innovador y dialoguista. Pero tras llegar a la presidencia poniendo fin al bipartidismo que alternaba el poder entre el izquierdista FMLN y la derechista ARENA, procuró convertirse en la versión centroamericana de Fujimori, eficaz para imponer un modelo económico y para derrotar a Sendero Luminoso y el MRTA demoliendo la institucionalidad.

Fujimori inauguró los golpes civiles en la era de la restauración democrática en Latinoamérica. Después vendrían otros golpes de la nueva variante autoritaria. Entre ellos, el de Honduras, donde los líderes de los poderes Legislativo y Judicial derrocaron al presidente Manuel Zelaya, desatando una crisis en toda la región.

En la variante salvadoreña del golpismo actual, son los poderes ejecutivo y legislativo los que embistieron contra el Poder Judicial. Pero el blanco atacado es el mismo: la división de poderes, componente imprescindible de la democracia liberal.

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