Publicidad

Los brotes sicóticos de la política peruana

Compartir esta noticia
SEGUIR
Claudio Fantini
Introduzca el texto aquí

¿Podrá la primera mujer que llega a la presidencia del Perú atravesar la jungla política que tiene por delante? ¿Sobrevivirá en el cargo a las salvajes acechanzas que la emboscarán en la espesura enmarañada que debe atravesar?

Llegar al cumplimiento del mandato en el 2026, como pretende Dina Boluarte, parece una misión imposible. Ella tiene un cuadro de soledad y debilidad política similar al de su antecesor. La diferencia con Pedro Castillo está en la inexperiencia y la abrumadora incapacidad del mandatario caído.

Boluarte ha estado en la función pública y en los cargos que ocupó ha mostrado el mínimo de sentido común necesario. La pregunta es si será suficiente.

¿Por qué le permitiría el Congreso a una izquierdista que defendió al corrupto ex gobernador del Departamento Junín y líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, lo que no le permitió a Pedro Castillo?

Dina Boluarte había llegado a la vicepresidencia por el mismo partido de raíz marxista y con dirigentes allegados a Sendero Luminoso, que convirtió en presidente a Castillo. También ella rompió con esa fuerza política y quedó sin bancada oficialista. Y en el Congreso, a la mayor gravitación la tiene Fuerza Popular, el partido fujimorista de derecha dura que pone constantemente el sistema institucional en brote sicótico.

Seguramente, la presidenta entiende que cambiar al titular del Banco Central sería meter el dedo en el enchufe. Fue lo único que entendió el presidente caído. Ni bien ganó la primera vuelta, Castillo anunció que el economista liberal Julio Velarde continuaría al frente de la política monetaria, que preside desde el gobierno de Alán García y continuó con Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra.

Boluarte no se aventuraría a un cambio de régimen económico. La estabilidad y el crecimiento se han mantenido a pesar de las turbulencias institucionales.

Pero para llegar hasta el 2026, la mandataria deberá ser pragmática y nombrar un Consejo de Ministros que resulte aceptable para la partidocracia atomizada que mantiene al Congreso en estado catatónico. También deberá tener la capacidad de mando y de negociar consensos que no tuvo su antecesor.

Incluso con todo eso, su suerte dependerá de que la política deje de tener brotes sicóticos y aparezca la sensatez y responsabilidad para negociar gobernabilidad que no se ve desde hace años. La atomización de las fuerzas políticas que produce la dispersión del voto, genera gobiernos débiles y convierte al Congreso en un campo de batalla donde caen abatidos los escrúpulos y la responsabilidad política.

El marco es un sistema a mitad de camino entre el presidencialismo y el parlamentarismo, que da a este Congreso atomizado capacidad de perturbar y bloquear gobiernos.

La última elección agravó este cuadro patológico con un voto a favor del anti-sistema. Votar al partido Perú Libre con un candidato que provenía del centrista partido de Alejandro Toledo y había cobrado notoriedad como sindicalista docente en una larga huelga contra el gobierno de Kuczynski, equivalía a votar por el anti-sistema.

Pedro Castillo ganó porque fue visto como un outsider por un electorado descreído. Keiko Fujimori nunca aceptó perder el ballotage por pocos votos y procuró derribar al presidente desde el primer minuto. A esa precariedad se sumó la ruptura de Castillo con Perú Libre, que lo acusó de traicionar la ideología partidaria desde que echó al primer ministro Guido Bellido, en el inicio de una cadena de reemplazos en el Consejo de Ministros que batió récords mundiales y fue un desfile de personajes impresentables.

Tras fracasar en dos intentos de destitución, el Congreso iba por el tercero y todo indicaba que esta vez le alcanzarían los votos necesarios. Castillo se anticipó, disolviendo esa legislatura. Pero fracasó también en eso.

Cuando Fujimori disolvió el Congreso en 1992, cometió golpe de Estado porque no convocó a elecciones legislativas y estableció el control del Poder Judicial. En cambio, la disolución del Congreso que en el 2019 hizo Martín Vizcarra cumplió, según el Tribunal Constitucional, con lo establecido en el artículo 134.

Lo que hizo Castillo está más cerca de 1992 que del 2019. Para colmo lo abandonaron sus ministros y el ejército le negó apoyó, dejándolo totalmente sólo.

Castillo siempre estuvo a la intemperie. Deambuló errático por el poder y tuvo un final patético. Ahora, las miradas están sobre Dina Boluarte. Tendrá que atravesar una jungla política con flancos débiles que excitarán el salvajismo político de la oposición. Su talón de Aquiles está en su vínculo con Vladimir Cerrón.

Agazapados en sus bancas, muchos opositores la miran dar sus primeros pasos, calculando el momento en que le tenderán la emboscada.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Claudio Fantini

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad