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Postular el “Pensamiento Crítico” co-mo temática central de un Foro fue un acierto del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), pero no logró la centralidad proclamada en el evento realizado en la antesala de la cumbre del G-20, en Buenos Aires.

La mayoría de las disertaciones, especialmente la de Cristina Kirchner, postularon el planteo binario que está reduciendo el pensamiento político y económico de este tiempo a un nuevo y falaz maniqueísmo: todo lo que no es populista, es neoliberal y viceversa.

En el verdadero pensamiento crítico, la razón se vale de la inteligencia y el conocimiento para confrontar con las “verdades reveladas” y todo lo establecido como cierto en virtud de la tradición y la costumbre.

Con sus pertinaces preguntas, Sócrates derribaba las certidumbres de la polis. En rigor, todos los sofistas y los filósofos de la antigua Grecia anteponían la razón a las verdades establecidas por la creencia, la costumbre y la tradición.

En la ciencia, al mayor capítulo del pensamiento crítico contra la verdad dictada lo protagonizaron Giordano Bruno, Copérnico y Galileo Galilei al desafiar la cosmogonía ptoloméico-aristotélico-tomista imperante. Lo mismo hicieron Diderot, Voltaire, Rousseau y demás intelectuales que, en el siglo XVIII, opusieron la “luz de la razón” a la justificación divina de la monarquía y las atribuciones del clero. Sobre los hombros de aquellos gigantes se pararon los posteriores impulsores del pensamiento crítico. Isaiah Berlin y Karl Popper, entre otros, tuvieron en claro que el pensamiento crítico es un proceso neutro: no busca que todos piensen de la misma manera.

En las antípodas está el maniqueísmo, concepto que viene de Mani, el monje del siglo III que describía el universo como escenario de una disputa entre el bien y el mal, en la cual todo lo que no es el bien, es necesariamente el mal.

Esa visión en blanco y negro, que niega los matices que caracterizan a la realidad, ha encontrado su versión siglo XXI en la dicotomía “populismo-neoliberalismo”. En una vereda de esta visión, están los que afirman que todo lo que no sea su propia concepción de la política y la economía es neoliberalismo; mientras que en la otra vereda están los que afirman, también con certeza absoluta, que todo lo que se extiende más allá de sus propias convicciones, es populismo. Las dos veredas incursionan abiertamente en la falacia maniquea, recurriendo a la demagogia binaria de situar al “otro” en el terreno del “mal”.

La verdad es que entre ambas visiones ideologizadas existe una variedad de posiciones pragmáticas, que son las utilizadas en los modelos exitosos existentes.

A la expresidenta argentina le sobrarían razones para cuestionar al gobierno de Macri, pero sucumbió a la tentación maniquea que, por lo demás, siempre ha imperado en ella. Por eso, en lugar de hablar de un mal gobierno o un gobierno negligente que comete errores garrafales, habló del “neoliberalismo” que “endeuda” al país y “confunde” a la gente.

No fue la única. La demagogia ideológica hizo que en el Foro del Pensamiento Crítico, uno de los perdedores haya sido, paradojalmente, el pensamiento crítico.

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