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El blanco al que apunta Hamas

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CLAUDIO FANTINI
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El rugido de los aviones F-16 cubrió el motor del helicóptero que apareció entre edificios y disparó un misil. Ahmed Yassin acababa de salir de la mezquita y era llevado en su silla de ruedas hacia su casa por un séquito de guardaespaldas y allegados. El misil pulverizó al jeque ciego.

Así murió en marzo del 2004 el creador de Hamas. Del mismo modo había muerto, ocho años antes, Yahyá Ayyash, el ingeniero que construía bombas, y Salah Shehadeh, comandante del brazo militar de la organización islamista.

También fue desintegrado por un misil Abdul Aziz Rantisi, quien un mes antes había asumido el liderazgo Hamas por la muerte de Yassin.

En esa primera etapa de la guerra, Israel respondía con “asesinatos selectivos” los atentados suicidas de Hamas contra blancos judíos. La segunda etapa fue la de los duelos de misiles, iniciado cuando Hamás tomó el poder total en la Franja de Gaza, expulsando y asesinando funcionarios de la ANP y dirigentes de Al Fatah.

Ahmed Yassín había quedado inválido a los doce años, por un golpe que sufrió jugando al fútbol. A partir de aquel accidente, comenzó a perder la vista hasta quedar ciego. En esas condiciones estudió en la universidad egipcia de Al Azhar, donde entabló relación con la Hermandad Musulmana, cuya estructura y orientación calcó para crear Mujám al Islami, una organización religiosa dedicada al asistencialismo y a los socorros mutuos en Gaza.

Israel canalizaba ayuda económica, médica y alimentaria a los gazatíes a través de esa entidad, pero su creador la convirtió más tarde en una organización político militar cuyo objetivo era pelear por un estado religioso que ocupara toda Palestina. Por eso luchó para destruir los diálogos de paz palestino-israelíes establecidos en las negociaciones secretas de Oslo, entre el gobierno de Yitzhak Rabin y la OLP de Yasser Arafat.

Yassín usó como nombre para su organización la palabra Hamas, que significa “entusiasmo”, en el sentido de “euforia”, y a la vez es el acrónimo de Movimiento de Resistencia Islámica.

Desde el primer momento, Hamas se propuso destruir al Estado judío y también impedir que nazca un Estado palestino secular, como lo eran Fatah y la OLP. Palestina debía ser gobernada por una teocracia islámica. Con ese objetivo lanzó una guerra de ataques suicidas contra Israel, respondida con los “asesinatos selectivos”, y de atentados y asesinatos contra la ANP, que Al Fatah respondió con la milicia Tanzim.

Tras vencer en una elección al partido secular en el 2005, llegó la ruptura con la ANP y la toma de control de la Franja de Gaza. A partir de entonces, empezó a acumular arsenales de proyectiles para lanzar, en el 2008, su primer ataque con cohetes contra Israel que detonó una escalada. Así comenzó la segunda etapa.

La escalada de cohetes se reiteró en el 2012 y en el 2014, siempre con el mismo resultado: la respuesta israelí fue devastadora y a la peor parte la sufrió el pueblo de la Franja de Gaza.

Si en cada escalada la respuesta israelí alcanzó y destruyó más blancos que los ataques de Hamas ¿por qué la organización fundamentalista insiste en esa vía? Porque sus parámetros de éxito tienen que ver con el impacto negativo que pueda producir en la imagen de Israel a través del dolor y la destrucción que padece el pueblo de Gaza.

Como ya hemos explicado en estas páginas, la verdadera guerra de Hamas se da en la dimensión de la opinión pública mundial. Y allí logra vincular sus recurrentes escaladas bélicas con Israel y la situación de la fragmentada Cisjordania. Ese es el flanco débil que le genera al Estado judío la política pro-asentamientos y anti-negociación que aplica Benjamín Netanyahu.

Hamas no es Palestina; es una facción palestina. La más sectaria y criminal. Que tantos medios de prensa en el mundo estén hablando de la guerra “entre Israel y Palestina” es un triunfo de Hamas. En la visión que transmite ese título en los medios, desplazó a su enemigo interno, Fatah, y también a la ANP, que quedó al borde de la irrelevancia.

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