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CLAUDIO FANTINI
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La palabra “socialismo” apareció en los comentarios de muchos republicanos.

En su primer discurso presidencial ante el Congreso, Joe Biden sorprendió describiendo una reconstrucción del “welfare state” (estado de bienestar) que había empezado a desmontar Ronald Reagan y cuya dilución nunca se detuvo.

Ni Bill Clinton ni Barak Obama habían planteado una reversión tan contundente de la “revolución conservadora”. La era “necon” dejó barreras que los dos anteriores gobiernos demócratas no se atrevieron a flanquear.

Al discurso de Biden lo gravitaron los espíritus de Franklin Roosevelt, John Kennedy y Lindon Johnson. La creación del Estado de Bienestar rooseveltiano, los derechos civiles impulsados por JFK y políticas de salud como el programa Medicare que puso en marcha Johnson, fueron las mayores marcas que dejó el Partido Demócrata en la sociedad norteamericana.

Clinton y Obama tuvieron muy buenos resultados económicos y más alto perfil social que las administraciones republicanas. Pero Biden está yendo aún más lejos. El discurso sobre sus primeros cien días levantó banderas del Partido Demócrata que pocos esperaban ver flamear de nuevo. Fundamentalmente, protagonismo del Estado para superar la recesión causada por la pandemia generando crecimiento con creación de empleo, y revertir en progresiva la política impositiva regresiva que dejó Trump.

A diferencia de sus dos antecesores demócratas, Biden llega a la Casa Blanca en un momento particularmente traumático por la pandemia y su impacto devastador en la economía. En alguna medida, la instancia actual es equivalente a la “gran depresión” que Roosevelt revirtió con keynesianismo y Estado de Bienestar.

Con la crisis migratoria en la frontera como flanco débil de su gestión, pero avalado por la eficaz campaña de vacunación que tiene rasgos de proeza logística, el presidente demócrata anunció la continuidad de oceánicas inyecciones de dinero para potenciar el consumo de las clases vulnerables y medias reimpulsando la producción. Y a renglón seguido, anunció el final de las exenciones impositivas que había concedido Trump a las empresas más grandes del país.

Con el Estado traccionando la economía, ayudas sociales y políticas médicas para las clases medias, además de progresividad impositiva, Biden lanza una agenda que el nuevo conservadorismo, o sea lo que dejaron implantado los “neocon” en el Partido Republicano y en partidos derechistas de todo Occidente, llaman “socialismo” o, lisa y llanamente, “comunismo”.

En rigor, se trata de políticas socialdemócratas. Hasta la llegada de Reagan a la Casa Blanca, la socialdemocracia no era considerada un extremismo. Había ultraconservadores como el reverendo Pat Robertson y el senador Barry Goldwater, que esgrimían la retórica exacerbada de calificar de comunista o socialista a políticas que no tenían absolutamente nada que ver con el marxismo y con otra forma de colectivismo.

En España y Francia, entre otros países europeos, hay partidos tradicionales que aún se llaman socialistas, pero adhieren al ideario socialdemócrata y han gobernado como socialdemócratas. Hoy son Vox en España y el movimiento liderado por Marine Le Pen en Francia, los que identifican eso que siempre ha sido socialdemocracia con el fallecido comunismo.

En Estados Unidos, el Tea Party inició la exacerbación que Trump llevó al paroxismo y hoy es predominante en el Partido Republicano.

Si el mundo superara las extremas ideologización y polarización de este tramo de la historia, se vería que ni siquiera Berny Sanders es “socialista” en los términos que plantean republicanos como Ted Cruz y Marco Rubio.

Si estuviera acertada la exacerbación neoconservadora que gravita sobre las Américas y sobre el resto de Occidente, entonces el socialismo le habría dado a Estados Unidos uno de sus momentos de mayor gloria y prosperidad. Además de vencer a la Gran Depresión de los años ’30, Roosevelt venció a la Alemania nazi y al imperio nipón, mientras que su Estado de Bienestar creó una sociedad con altos niveles de equidad y una capacidad de consumo insuperable.

Sobre el Estado, la economía y la sociedad impulsadas por Roosevelt, Estados Unidos se convirtió en la potencia más rica y poderosa del mundo, venciendo finalmente al bloque soviético en la Guerra Fría.

El Estado de Bienestar que pretende retomar Biden no sólo no fue comunista, sino que fue el instrumento más eficaz para vencer al comunismo. Pero los delirios ideológicos que exacerban este tiempo impiden verlo.

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