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Barricadas primaverales

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CLAUDIO FANTINI
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El mundo no percibió el verdadero inicio de la Primavera Árabe y se equivocó también al marcar su final.

La imagen estacional que se usa para referir al movimiento de protestas que derribó déspotas en países del Magreb y sacudió regímenes en el Oriente Medio, viene del desafío checoslovaco al totalitarismo comunista aplastado con tanques soviéticos en 1968, que quedó en la historia como La Primavera de Praga.

Ver multitudinarias marchas volteando dictadores en el norte de Africa causó estupefacción mundial, porque normalmente las postales de ese tipo no provenían de países árabes. Por eso se calificó con la palabra “primavera” a las protestas masivas que estallaron en Túnez, cuando un joven agraviado por la policía se quemó a lo bonzo en la ciudad de Sidi Bouzid, provocando la caída de Zine Ben Alí, y se contagiaron inmediatamente a Egipto, donde las protestas en la plaza Tahrir persistieron hasta la caída de Hosni Mubarak, contagiando el tembladeral a Libia y a Siria.

Se consideró que era la primera vez que se producían masivas protestas callejeras en países árabes pero, en realidad, las primeras manifestaciones de ese tipo habían obligado al régimen de FLN a realizar, en 1991, las primeras elecciones pluripartidistas desde la independencia de Argelia. Y en el 2005 había sacudido Beirut la llamada Revolución de los Cedros cuando el primer ministro Rafiq Hariri fue asesinado por Hezbolá.
Aquellas masivas protestas que apuntaron contra la influencia de Siria sobre los gobiernos libaneses, prueban que la Primavera Árabe había comenzado antes de que se la diera por iniciada. Y las inmensas protestas que sacuden Beirut nuevamente en estos días y obligaron a renunciar al primer ministro Saad Hariri, parecen confirmar que la Primavera Árabe no había terminado. De hecho también las calles de Bagdad llevan muchos días convulsionadas con manifestaciones brutalmente reprimidas por la policía.

En rigor, las pruebas de que las rebeliones árabes continuaban fueron las caídas del sanguinario dictador sudanés Omar al Bashir, que llevaba tres décadas imperando, y del anciano déspota argelino Abdelaziz Buteflika.
En Irak y el Líbano los blancos de la protesta son gobiernos del que participan movimientos chiitas aliados de la teocracia iraní.

En el caso libanés, además del movimiento Amal, forma parte del gobierno multiétnico el partido-milicia Hezbolá.

Que las dirigencias autoritarias y violentas del Oriente Medio y el norte de África estén siendo desafiadas por las multitudes en las calles, se explica también en la efervescencia a nivel global que está marcando esta década.
En distintas sociedades, las multitudes protestan contra diferentes regímenes, abarcando todas las ideologías, culturas y niveles de desarrollo económico.

Las razones también son diferentes. Como lo eran en la década del ’60, la de mayor efervescencia del siglo 20, cuando las barricadas ardían en París por el Mayo Francés, y en Praga, desafiando a los tanques soviéticos que entraron a aplastar su “Primavera”.

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